Cine nazi para la nueva década

¡Rompe Wagner!

¿Pero qué se rompe exactamente?

¿No habíamos llegado acaso al fin de la historia?

¿No había sentido Occidente en sus mejillas la calidez de la brisa divina durante esa gélida noche de noviembre en que cayó el muro de Berlín?

El romanticismo duró lo que duró. Si bien la luna de miel se mostró intensa y divertida, el idilio fue más bien breve. El consenso capitalista de base socialdemócrata falló en convertir 1989 en un 476 d. C. 

Si tras la caída de Roma gran parte de la humanidad encontró en el cristianismo la razón para dormir plácidamente por mil años, ahora no había dado tiempo ni para taparse.

Sin duda, no habíamos rezado lo suficiente al Dios de la democracia liberal. Nuestra relación había sido más la de un matrimonio de conveniencia, movido por el deseo de las posesiones materiales. En cuanto nos dejó de dar un poquito inmediatamente le dimos la espalda.

Pero algo más tuvo que haberse ennegrecido en el camino para que, de manera tan inequívoca, hayamos ido a la búsqueda de otros ídolos.



En El triunfo de la voluntad (Leni Riefenstahl, 1935) vemos un despliegue militar, pero también moral, psíquico y carnal del nuevo poder instaurado en Alemania. En el documental, que narra con brillantez el transcurso del sexto congreso del partido nazi, la juventud entierra a la vejez en el ataúd con los propios clavos de esta última.

La sola lectura del título de la cinta crea una musicalidad autónoma tanto en español como en el alemán original. Al igual que en el metraje mismo, el retumbo de los tambores castrenses hace tambalearse en lo más profundo del pensamiento la idea de armonía y serenidad en sociedad.

Es este mefistofélico estruendo del pueblo al unísono, hipnotizado, el que trae la fe de otro tiempo. Es esa llama del alma que empuja al cuerpo, y no al revés, la que acerca esta nueva década, más que la anterior, a lo peor de los infiernos.

Pero tal vez solo acercándonos a lo más profundo podemos llegar arriba.



En las proféticas imágenes de Riefenstahl vemos a un Hitler de frente, de espaldas, de perfil, picado, contrapicado, de día, de noche, pero ante él siempre el pueblo. Un individuo en el que convergían tantas escuelas, tantos pensamientos, tantos seres y seres en potencia, al igual que tantas líneas de pentagrama. Un individuo que apelaba a una historia que no era milenaria.

He aquí donde radica la excepcionalidad del extraño caso alemán.

Mientras que el fascismo italiano y el franquismo apelaron durante su existencia a las viejas y extintas glorias del imperio romano y del imperio español respectivamente, los germanos no podían hacer eso.

Alemania, paria durante siglos, naciente entre guerras de religión fraticidas, solo había tenido una historia de fracasos. A la formación de un imperio unificado se contrapuso la humillación por la culpa de una Guerra Mundial que no comenzaron ellos.

Pero tenían un as bajo la manga que pocos vieron venir: estos ya habían asesinado a Dios.

El pueblo que en su día naciese cristiano en el siglo XVI, renacía anticristiano. Estaba dispuesto a conquistar su ahora, sabedor de que la naturaleza podía ser transformada a través de la indómita fuerza de la voluntad.

Lo que permitió a Hitler arriar las viejas banderas de la monarquía de los káisers, e izar la rojinegra esvástica de origen budista como el símbolo de identidad alemán, fue precisamente eso que lo diferenciaba de Mussolini y de Franco.

Para el Führer, la toma del poder era una lucha constante por el presente. La humanidad que exaltaban los poros del nazismo era la de su conciencia de la contingencia de las cosas. Nada está escrito y podríamos no estar aquí; sin embargo, con nuestra confianza en nosotros mismos y en nuestro ideal haremos que todo nos pertenezca. Transformaremos y domaremos la realidad, porque entre ser y no ser, elegimos la fuerza del poder.



¡Ser es poder ser!

¿Se escucha la línea que une a la obertura de Los maestros cantores de Núremberg, de Wagner, con los congresos de Núremberg de Hitler? ¿Se entiende ahora la verdadera línea moral que une a los viejos teutones con el ambulante paso de las Juventudes Hitlerianas?

Jamás se hizo el amor en Alemania como en aquellos años de cuero y camisas pardas marchando por el Reich.

“Sí, soy el general von Schleicher”, dijo el antiguo general veterano de la Primera Guerra Mundial, exministro y excanciller alemán, Kurt von Schleicher, al ser llamado a la puerta de su domicilio durante la madrugada. A esta afirmación siguieron dos disparos de un joven miembro de las SS.

Tras la purga de la noche de los cuchillos largos, se evidenció que el nuevo orden no entendía de viejas glorias.

Un erotismo similar encontramos en la muerte de lo viejo actualmente.

Boris Johnson, tras la abrumadora victoria conservadora en las últimas elecciones, se dirigió a los presentes en la rueda de prensa subsiguiente.

“¿Qué vamos a hacer ahora?”.

El suelo comenzó a temblar.

La multitud atronó:

“¡¡¡Brexit!!!”.



Ese sentimiento mágico se manifestaba. El ser humano, animal simbólico, necesita disfrutar de su contingencia de vez en cuando; necesita saber que eso que lleva décadas haciendo, si quiere, podría dejar de hacerlo.

Esa mano liberadora y empoderante se ve cortando el nudo gordiano del elitista consenso post-1945 con las tijeras de la voluntad. A través de la alt-right, una gran parte de pueblos europeos ha vuelto a percibirse a sí mismos como amos de su destino de una manera que recuerda al triunfo de la voluntad nazi sobre el consenso post-Versalles. No importa que todo esto sea mentira, que lo es.

Sin duda, quizá no el nazismo, pero sí las formas nazis, son sexis. A su erotismo no puede hacerle frente la izquierda que vuelve en Uber y ordena en Just Eat, simbionte del sistema.

Un viejo barbudo de orígenes judíos aristocráticos se emborrachaba durante el día. Apestando a alcohol, leía horas y horas a la luz de las velas en el British Museum sobre cómo Darwin había descubierto las leyes científicas que regían a los animales. Intentando emularle, escribió sobre las leyes materiales de la historia que habrían de mover crematísticamente al ser humano hacia un futuro comunista. Al volver a casa traía poco de comer a su familia y solo subsistía gracias a la paguita de un amigo de la clase social que él aborrecía en la teoría.

Un sifilítico bigotudo recitaba cosquilleante en la soledad de su miseria óperas de Tchaikovsky de memoria. En su exaltación vital, abandonó a todos los amigos que alguna vez tuvo hasta quedarse solo, sabiéndose superior.

La izquierda, perdedora kilométrica de la batalla por el hegemón, vuelve a quedarse marginada tras las experiencias fallidas de la Venezuela de Maduro y la Grecia de Tsipras. La hipocresía de los movimientos populares y la falsedad de los lideratos colectivos es ya conocimiento axiomático.



En sus pantomimas ante el Bolshói, Stalin solía aplaudirse a sí mismo ante la euforia general. Él era solo una mera herramienta del pueblo a las órdenes de los dictados de la Historia. Un héroe trágico.

Hitler, sin embargo, solía colocar el brazo hacia atrás recibiendo así el saludo romano de sus correligionarios. Él era diferente del pueblo, pues era quien tomaba las decisiones que arrastraban todo el peso de la contingencia humana. Asumía el yunque de la levedad del Ser por todos. Un héroe wagneriano.



Pero las tragedias griegas siempre fueron ciegas y el pueblo quiere a su líder.

Frente a la promiscuidad de una cierta izquierda que no llega al baño al ver una roja bandera de la hoz y del martillo, hay solitarios que saben que el debate es otro.

En un despacho de Ciencias Políticas, un profesor está follando. Las suaves bragas llegan al suelo y él calcula la posición sobre la mesa que haga menos ruido.

Ante unos límpidos y virginales labios se encuentra una barba a medio rasurar.

Ante un afrodisiaco perfume, el hedor podrido del café y de la trasnoche.

Ante la rectitud de la carne, la flacidez de la duda.

Ante la pasión, los manuales.

Una pequeña capa de mugre se encontraba por encima de todas las cosas. Llevaba un tiempo sin venir nadie a limpiar.

La cabeza del intelectual sin duda estaba más en otra parte.

El polvo fue una mierda. Ante las venéreas fuerzas de la voluntad de cortar, romper y dominar, ¿cuál será la viagra de la izquierda?





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