Desde Santiago a la Muestra

A mí todavía me cuesta creer que soy cineasta y que podré llegar algún día a un largometraje. Las instituciones cubanas no ayudan; las foráneas son impredecibles, al menos para mí. También a veces me cuesta creer que soy periodista. Son vocaciones que forjan identidades, que en Cuba uno se las tiene que arrebatar pedazo a pedazo al subdesarrollo, a la deriva propia, al poder. Mi identidad como cineasta ha sido la más compleja de completar ya que implica conseguir recursos materiales en un país empobrecido, lleno de necesidades a las que no soy indiferente, porque las vivo en carne propia. 

No era muy consciente de eso cuando decidí desacelerar mi vocación literaria e invertir más en crear proyectos cinematográficos. No tuve en cuenta, por ejemplo, el asunto de vivir en provincias. O sí, pero lo que era un handicap lo convertí acaso por puro juego de máscaras y argumentos en una causa, en un programa de vida. Hacer cine desde provincia pasó a ser una empresa que le dio sentido a mi vida, justo porque me pareció un acto fundacional, o una empresa fundacional, de pionero. Esto es muy peligroso porque de cosas así, que le dan sentido a tu vida, es muy difícil salir. Uno se vuelve resistente a todo si ese-algo-que-le-da-sentido-a-tu-vida te devuelve la mirada y te reconoce. 

En esa ruta mi único trampolín, o mi arena de combate, fue la Muestra Joven. Hablaré de ella haciendo un arco crítico, pareceré un ingrato, pero la verdad es que no son momentos de pasarle la mano a nada. 

Me gustaría dibujar mejor mi relación con el evento, con el fin de llegar a un mejor lugar. Cuando mi primer cortometraje entró a la IX Muestra, ni siquiera pensaba en que una película demandaba esfuerzo para ser distribuida y vista. Para mí, filmar un corto era como escribir algo interesante en una servilleta. Tampoco pensaba en que podía ser rechazado y que una consecución de rechazos podría hacer en mí una huella penetrante en mi espíritu. Era virgen en todo. 

Cuando llegué a la Muestra me deslumbré. Me dio paso a un universo que ni sabía que existía. Si la realidad supera las expectativas de uno, sucede algo con el amor propio. Este se agranda, sube de nivel, y así tu horizonte se expande. Cada escalón tiene una superioridad logarítmica. De forma tal que, si uno comienza creyendo que va a hacer minicuentos toda su vida, puede terminar planteándose escribir La montaña mágica.

Un año antes de asistir a la IX Muestra había enviado un proyecto a Cinergia, un fondo asentado en Costa Rica; no gané, por supuesto. Pero durante la Muestra asistí a un panel de producción donde vi a Claudia Calviño y a Inti Herrera hablar sobre universos que yo no conocía. Oí hablar de fondos cinematográficos a los que había que entrarle de forma intencionada. Me sorprendió cómo ellos, como mínimo, se proponían aplicar a cosas tan lejanas. No conocía que en Cuba se vivía así. Era como llegar a una mesa bufé y no saber qué demonios estaba servido, y luego sospechar que te habían tenido engañado al decirte que solo existían para todos los cubanos por igual los productos de la canasta básica. 

Había una brecha enorme entre esos muchachos y yo. Y me vi en la necesidad de salvarla de alguna manera, no porque me interesaran sus vidas, sino porque parecía necesario para llegar a hacer una peli. Todavía no sé en qué consiste esa brecha, de qué está hecha, pero por momentos me parece de casta o de clases. Yo pertenecía a una casta o clase inferior a la que no le tocaba mirar por esas ventanas que ellos miraban. A mí me tocaba la fábrica, la zafra azucarera, apalear disidentes, ser un brasero en las cosechas de café, o el periodismo sobre los sobrecumplimientos falseados de la agricultura. 

Pedí la palabra en ese foro y dije que yo no sabía cómo aplicar a esos fondos. Claudia me miró a los ojos y me dijo: “No te preocupes, que yo te voy a ayudar”. Y así fue, al año siguiente gané el Cinergia. Claudia me ayudó con varios consejos para presentar una carpeta más decente, menos amateur. Sus consejos fueron decisivos, pero no fueron conjuros especiales. Fueron algunos modelos de Excel que imité y algunas cosas que poner aquí y allá. Quiero decir que fueron orientaciones que de ninguna manera son tan complejas como escribir un guion o resolver los problemas que estos proponen. 

Tomé también como guía una carpeta de Jorge Molina que alguien me había pasado. Molina dice que él comparte estas cosas porque nadie filma como él. Ninguno de los empoderados que ganaba Cinergia compartió sus carpetas conmigo. Solo Claudia y Molina. Pero no fue solo eso lo que me ayudó. La generosidad de Claudia trabajó en otra esfera de mi personalidad. Ella, con su atención, me dio cuerpo. Fue algo así como el otro dialéctico que yo necesitaba para sentir que existía, que estaba sobre algo sólido, sobre una carrera.

Cuando digo Claudia, por supuesto, digo Muestra Joven. En la X presenté un corto y con él gané un concurso de la marca de whiskey Jameson que el evento atrajo de alguna manera. También, gracias al espacio Haciendo Cine, obtuve algunas aportaciones del ICAIC y la EICTV. Con estas pude armar el muñeco de lo que sería mi segundo corto: Pizza de Jamón. Recuerdo que algunos amigos me dijeron que usara una laptop como grabador de sonido y yo me negué rotundamente, quería capturar el sonido de mi peli con un equipo profesional. Sentía que lo merecía, porque tenía un cerebro, dos piernas, dos brazos, un carnet de identidad; cosas similares a las que sintió, digo yo, Rosa Parks, cuando decidió no pararse de aquel asiento para blancos en aquel autobús del país racista en que vivía. 

Yo no sabía que esto era político; como dije, intuía algo que en mi fuero interno dibujaba como una especie de apartheid contra mí, pero lo mantenía bajo control, lo usaba más bien como dispositivo motivacional. Me decía a mí mismo que solo defendía mi ser en sociedad, mis aspiraciones, y esa sigue siendo mi conducta. 

Para explicar mi relación con la Muestra expondré un pequeño episodio que maximizaré para explicar mejor mis vivencias y conflictos. Estos pasaron por la Muestra por ser el único espacio que estimuló mi necesidad de conocimiento. Un día llamé para preguntar algo, necesitaba que me pasaran a Carolina, una chica que trabajaba allí y que hacía la coordinación general. Para mí, en aquel momento llamar a La Habana significaba gastar una pequeña fortuna. Me salió al teléfono una mujer que era investigadora de algo vinculado al feminismo, cuando le pedí que me pasara a Carolina, me dijo de pronto que me estuviera quieto, que ella no me iba a hacer mi película. 

No sé qué tenía que ver que me pasara a Carolina con hacerme mis películas, pero me sentí mal. Y se abrió una puerta. Todos estos percances abren puertas áureas. Sentí un baño de realidad. La respuesta de esa mujer me confinó a la provincia, a la pobreza, a la posibilidad de no ser, a la multiplicación por cero. Yo siempre he reaccionado con energía contra eso.  

Anteriormente había pasado muchas dificultades objetivas, como no tener dinero para viajar a La Habana. Había que gastarse una fortuna para hacer cosas tan absurdas como registrar mi guion en el CENDA para poder mandarlo a Cinergia, por ejemplo. No existía manera de hacerlo desde Holguín, que era donde estaba viviendo. O sí existía, pero duraba meses y era caro, tanto que era más barato ir uno mismo a La Habana. Estas dificultades eran objetivas, pasivas, no usaban su imaginación contra mí. Sin embargo, la respuesta de esa mujer significaba lo contrario: era devastadora, era una imaginación activa contra la mía. Tuvo que poner una palabra tras otra, articular un discurso para confinarme de nuevo a provincias. 

Hablo de esto en el caso Muestra porque creo que, en efecto, este país no está diseñado para que se generen proyectos desde todos los sitios. En Cuba siempre hay que viajar a La Habana para cosas como poner un cuño o buscar una firma. Es agotador. Uno no solo tiene que crear, sino resolver con su cuerpo el asunto de la carencia de infraestructura. Me falta maldad para creer que es algo planeado, pero es cierto que es más fácil gobernar un país donde el 70% de su población vegeta sin aspiraciones porque renunció a ellas. 

Veamos entonces que si lo más importante que hizo Claudia fue pararme bolas y con su atención me daba la sensación de existencia como realizador, la recepcionista de Kafka me la arrebataba. Le pesaba pasarme a Carolina porque creía que yo la estaba utilizando. Solo quiero decir que no todo el mundo cooperaba en la Muestra y que dependía también de la calidad humana de ciertas personas. 

La Muestra era un aparato corredizo, un cubo de Rubik que había que saber usar. Se podía llegar y caer bien, o se podía caer mal y avanzar muy poco; como le pasó a Enmanuel Martín, de Santiago de Cuba, que todos los años mandaba algo y le salía el espíritu de la recepcionista de Kafka para decirle que ella no iba a hacerle su carrera. 

Con esto quiero decir que el cisma entre el Oriente y el Occidente, la capital y las provincias, es una construcción colectiva. Hace poco, una escritora trans muy lúcida me hablaba de que el nuevo Código de las Familias no la representaba como persona trans; lo mismo nos sucedía a nosotros, teníamos una relación así, algo extranjera, con la Muestra y con el cine que se ponderaba allí, incluso con los escándalos que motivaban las censuras. Creo que sentíamos que se verificaba un empoderamiento del imaginario nacional que no nos incluía.       

Lo que sí podría decir es que sin Muestra no habría podido saltar ese cisma cualitativo entre La Habana y el Oriente, ese cisma entre castas o clases que existe en Cuba, porque no solo me llegaba por ser de provincias, estaba vinculado también a mi estatus económico y lo económico me confinaba hacia algo cultural de exclusión y autoexclusión. 

Y digo esto porque había realizadores de la propia Habana que llegaban allí, desde sus barrios, que parecían proletarios de provincia, advenedizos, colados en la fiesta. En Santiago, por ejemplo, es difícil concebir compañeros que fueran hijos de embajadores o de grandes funcionarios que viajaban a otros países. 

La Muestra era, digamos, un campo de batalla para mí en el que los demonios que acosaban al país estaban más concentrados. Sin ese espacio, podría decirse que mi batalla hubiera sido más kafkiana y el Moby Dick más grande. Tengo hermosos recuerdos de ese espacio, pero me interesa más la idea de superar lo que me molestaba. 

Creo que el imaginario de provincias, su poética, siempre fue recibido allí con cierto paternalismo. En el caso de Enmanuel, por ejemplo, no comprendían que debían superar el trashismo de sus cortos. No podían percibir su poética porque les eran demasiado antipáticas sus imágenes fuera de foco, sus soluciones a la pobreza material con que filmaba. Lo veían arrogante, resentido, chapucero; sin embargo, estas cosas tenían que ver con el poco acceso que siempre tuvimos a recursos y formas de encontrarlos. No eran sensibles a eso, pero tampoco a la electricidad de Enmanuel; no hay un diálogo suyo que no saque pequeñas chispas. Era como entrar a un lugar donde está el amor de tu vida, y que el mal olor de una cubeta de heces fecales que alguien dejó en una esquina te impida reconocerla. Es una mirada provinciana del país, seudocultural. Y no hay un amparo metodológico para enfrentar este lío. No hay grants para enfrentar ese hecho, no hay líneas de investigación, es un problema desamparado, poco tipificado. 

Hace poco conversaba eso con Juan Carlos Calahorra, una de las personas que más ama la Muestra, un chico honrado y mi amigo personal. Por ejemplo, se hacían proyecciones como “cine de provincias”, o “cine trash o camp”, y ahí, por supuesto, entraban las obras de realizadores de provincia. He ahí el paternalismo, creer que porque se le hace el espacio, ya se cumple. Creo que se creían cools, se lo creían tanto, que daban por hecho que uno debía agradecer y no rechazar una invitación semejante. 

Concebir aquella sesión de cine trash a la que nadie asistió —solo el proyeccionista, el estoico realizador y el moderador— tuvo una aceptación mediocre porque así era la idea. No se puede jugar a ser marginal. O mejor, se fracasa si no se llega al marginado sin sospechar que uno es un vehículo y perpetuador de marginación. Uno no es mejor que la sociedad que lo rodea. Entonces, casi nunca se tiene un conocimiento profundo de lo que siente el marginado. Esto para mí revelaba problemas inherentes a la propia sociedad y la Muestra los reflejaba

Yo no sé qué hubiera sido de mi vocación sin la Muestra. También debo considerar que en mí hay cierto sentimiento de que, sin ella, igual, el camino me lo hubiera abierto yo de otro modo. Aun así, ahora que ya no está, siento que fue un espacio que valía su peso en oro. Nos concentró bastante, nos facilitó una ventana, me puso en contacto con grandes amigos. Y mejoró bastante en los últimos dos o tres años en relación a los realizadores de provincia; creo que gracias a Calahorra, con una mirada más ecuménica. Gracias a él, a su inteligencia y potencia intelectual, se comenzó a mirar con más respeto la obra de realizadores de provincia. Luego de la IX Muestra no falté más a una, ya sea porque iba con algún cortometraje o a participar con algún proyecto en el Haciendo Cine. 

Cuando hice mi cortometraje El Rodeo pude conseguir financiamiento de posproducción gracias a un espacio que creó la Muestra. Ellos siempre tuvieron la iniciativa de organizar talleres fuera del festival, donde aprendí cosas de producción, dirección, entre otros. En aquel taller en que participaron varios cineastas de experiencia como Fernando Pérez, Inti Herrera, Pedro Suárez y Lisandra López, se asesoraron películas en fase de posproducción y recomendaron la mía para recibir una ayuda financiera del ICAIC. 

Cada vez que digo gracias a la Muestra quiero decir a su junta directiva. Hablo de la imaginación de Calahorra, Mijail Rodríguez, Yumey Besú, Carolina Arteaga, Marisol Rodríguez, José Luis Aparicio, Daniela Muñoz, varios muchachos más que se fueron del país, Sindy Rivery, etc. Creo que ellos pensaban en cómo hacer un evento que llegara al realizador y le fuera de utilidad. 

La Muestra, como dice alguien, fue un espacio imposible para la realidad cubana, le dio espacio a los de provincia, tanto como al imaginario de La Habana. Este último era sumamente crítico con un sistema político intolerante y atrasado. Creo que debemos crear otra cosa que se parezca más a nosotros y que sea autónoma. 

Sería bueno que las instituciones del Estado se unan, porque son públicas, pagadas por los contribuyentes y no por una roca mágica que genera billetes en el Consejo de Estado. Si no hay chance por la vía de las instituciones, tendremos que crear iniciativas ancladas fuera de Cuba. Si esto no cuaja, cada uno solo, por sí mismo, tendrá que abrirse paso hasta que otra experiencia similar pueda ser. Espero que tengan en cuenta a toda Cuba para ese entonces, y que esa otra Cuba que yo represento, asumiendo que lo que siempre se realiza está concentrado en La Habana, reclame también su derecho a pertenecer. 




obituario-para-una-muestra-que-murio-joven

Obituario para una Muestra que murió joven

Raydel Araoz

Fallece en La Habana la Muestra Joven [Q.E.P.D.] tras tres años de convalecencia en las oficias del Instituto de Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Ante su partida, queda un silencio que rogamos a los dolientes llenar con sus oraciones.






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