Marcel Beltrán y el cero absoluto



La opción cero (2020), del realizador cubano Marcel Beltrán (Parihuela, Memoria del abuelo, La música de las esferas, Casa de la noche), es un documental sobre venas abiertas, cuerpos quebrados, sueños desnucados. 

Estrenado mundialmente en la sección Luminous de la edición 2020 del Festival Internacional de Documentales de Ámsterdam (IDFA, por sus siglas en inglés), resulta una crónica austera de fugas naufragadas, esperanzas empantanadas y éxodos congelados. Entre sus líneas se lee acerca de un país agonizante que solo sabe parir huérfanos, cuya principal marca genética compartida es el éxodo. En sus diccionarios agotados, las únicas acepciones que le quedan al concepto de Futuro son “emigración”, “escape”, “evasión”.  


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De los emigrantes

Para estos emigrantes protagonistas de La opción cero, escapar de la Isla a través de las selvas centroamericanas es un viaje en el tiempo para liberarse de un pasado eternizado y poner rumbo hacia un porvenir real en tanto posible. De cierto, es algo terriblemente indefinido, pero a la corta resulta más promisorio que el horror concreto y explícito del que huyen. Escapan del estatismo estatalizado —o del Estado estático— al movimiento hacia adelante, hacia un mundo donde los relojes marcan otras horas que la de gritar “Revolución”. 

Huyen para ir hacia alguna parte, pues Cuba hace tiempo es ningún lugar para ellos. Solo el territorio donde no estar. La nada de la que escapar. Cuba es un punto de no retorno. Regresar no es una opción, ni una posibilidad. Atrás, dejan una isla que se diluye como un terrón de azúcar amarga en un vaso de té de plátano hirviendo y, mientras su forma pintoresca de caimán dormido se licúa entre borbotones, sus hijos saltan desesperados al pavoroso exterior. Prefieren abrasarse antes que los bese la mujer araña. 

“¡Emigración o muerte!” es la verdadera divisa bajo la cual los emigrantes que revela Beltrán en la película lanzan su desesperada ofensiva contra la desesperanza. La de ellos es la carga de los que no tienen nada que perder, de los que no tienen a dónde regresar. Su patria es cualquier lugar menos la Isla. Todo menos la Isla. La muerte antes que la Isla. La “muerte gloriosa” en el intento, antes que la muerte agónica por agotamiento y desgaste.  


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La película, recientemente distinguida con el Premio del Jurado al Mejor Documental en el XV Festival MiradasDoc, con sede en Guía de Isora, Santa Cruz de Tenerife, compila acontecimientos enmarcados entre 2016 y 2017. Pero esta es apenas una marca temporal que emana nulidad, absurdo. Parece innecesaria, pues estos emigrantes viven un tiempo sin tiempo, existen sin nombre. Sus vidas se miden en esperas, desesperaciones, miedos a la deportación y, sobre todo, en el horror de retornar a la isla que parece nunca haber existido. Si vuelven, dejarán de existir. Serán engullidos por Saturno

Para estos emigrantes bebés, niños, adolescentes, ancianas, jóvenes, que Marcel registra directamente en un campamento improvisado por la organización católica Caritas en Panamá, y para los otros muchos que aportaron a la película sus propias grabaciones realizadas con teléfonos móviles durante las agónicas marchas por los laberintos selváticos del Darién; para todos ellos, sus derroteros se convierten en abierta derrota. Naufragan contra imbatibles arrecifes fronterizos, contra el maelström de la legalidad confusa —tras la que parece ocultarse la verdadera impotencia de los funcionarios centroamericanos para lidiar con la avalancha—, contra los bancos arenosos de lo imposible. 

El documental nunca presenta estas suertes tan aciagas como escarmientos aleccionadores o punitivos. No resultan penas por preferir a los “buenos por conocer” ante que a los “malos conocidos” cotidianos, en cuyo reino alcanzarían los emigrantes su verdadera medida, según la propaganda del régimen. Pero son demasiado malos y demasiado conocidos como para no decidirse, sin dudar, a arriesgarlo todo por lo incierto desconocido.  


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De las imágenes

Marcel Beltrán no filma historias de éxito. Apenas inicia el documental con un arribo alegre de cubanos a las costas de la Florida. Es un happy beginning tras cuyo pasajero optimismo sobrevendrán finales trágicos. Toda la película es un final abierto, extenso, infinito, impredecible.  

El realizador registra con su cámara un tiempo muerto, tensamente calmado, donde los cubanos aguardan por sus destinos con un agridulce sabor que mezcla resignación, desesperación, esperanza y que no parece abandonar sus bocas. Permanecen en una zona crepuscular, de eclipse, donde todo está a punto de suceder, donde todo puede pasar en el próximo minuto, donde nada puede ocurrir en los próximos días. Se dedican a esperar. En Cuba desesperaban.  

Con los planos sosegados y las imágenes de serena espera que logra Beltrán con su mirada siempre calmada —así lo atestigua toda su obra, donde el aplomo de su perspectiva redunda en un cierto, distanciamiento de lo filmado, que por momentos puede llegar a ser excesivamente remoto—, contrastan las turbulentas secuencias de archivo tomadas por tantos emigrantes, donde aparecen otros a su vez. 


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Muchas son transmisiones directas emitidas a través de las redes sociales. “Directas de Facebook” que hacen los viajeros quizás, primeramente, para no sentirse tan solos en medio de los intrincados senderos que parecen trazados con el único objetivo de que se extravíen en sus bifurcaciones. Así como los dineros que los cubanos acumulan para viajar parecen destinados solo a que se los roben “coyotes” estafadores, cuya única noción de clemencia es dejarles sus vidas en propiedad. Al menos a los que sobreviven para dar testimonio.

Estas transmisiones ayudan a que el mundo sea algo más que una selva infinita, algo más que ese momento sin rumbo, sin comida, sin seguridad, sin caminos. Muchas de las grabaciones trenzadas en el relato son verticales y sus bordes estrechos demarcan un fuera de campo inmenso, más descarnado en tanto el formato apaisado mitiga el horror de lo desconocido, agazapado fuera de los límites de lo que se filma. 

Los formatos audiovisuales siempre han tendido a expandirse hacia el este y el oeste. La relación de aspecto tiende a cubrir más espacio, a ganarle más terreno al fuera de campo perturbador, a fomentar la ilusión panóptica que convierte todo lo visto en territorio conocido ergo dominado, ya no temido.

Pero los formatos verticales de los teléfonos móviles han venido a sabotear esta trabajosa y minuciosa evolución del campo visual fílmico. A pesar de que pueden adaptarse al más tranquilizador formato apaisado, muchas personas optan por lo pragmático del agarre y filman vertical. Así, enfrentan a los futuros espectadores o a las audiencias inmediatas —cuando se trata de una emisión en vivo, un live feed— a la sugestión, al sobrecogimiento y al espanto de lo fuera de campo. Por momentos, lo que no vemos, lo que yace más allá de los bordes despejados y seguros, aparece de sopetón en plano. La muerte es mirada cara a cara, expuesta sin afeites, en toda su silenciosa podredumbre.


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Las imágenes burdas, filmadas sin preciosismos ni gustos estéticos —sino desde una recia necesidad de dar testimonio con el peor sabor de la realidad que se rechaza cuando se apela al cine como ilusión o alucinación— son sobrecogedoras, aunque por momentos pudieran otorgarle a La opción cero un aire de found footage, que generaría un gran y protector distanciamiento frente a estas crueles desnudeces de la realidad, que igualmente abocan a la película al territorio del snuff film, culmen enajenado del realismo

¿Son más “afortunados” estos emigrantes conectados a Internet, con dispositivos de registro fílmico, que los predecesores, carentes de dispositivos en los que salvaguardar sus memorias para la historia? Cuando menos estas bitácoras apresuradas y urgentes les ayudan a paliar la claustrofobia, la opresividad de la terra incognita por la que van en posibles círculos viciosos, en terribles cintas de Moebius donde no se divisan principios ni finales; solo movimiento eterno que los conduce hacia el cero absoluto, impensado incluso por los artífices de la Opción 0 original, de la que toma su título el documental, resignificándolas con más certeras y horribles connotaciones.


Del cero absoluto

La referida “alternativa” de la Opción 0 fue prevista por el gobierno de Fidel Castro cuando el colapso de la Unión Soviética abrió la posibilidad para Cuba de quedar sin electricidad, siendo extirpada del siglo XX, y retornar así a edades más simples de palos y piedras. El horizonte tras el cual resplandecía el futuro luminoso del comunismo definitivo al que marchaba el mundo bajo las enseñas rojas soviéticas —bien enrojecidas por Stalin— se destruyó. 


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El futuro se convirtió de repente en una mirada al alcance de la nariz, que podía palparse de tan concreto y terrible. Hasta lo que no ven más allá de sus narices lo divisaron de sopetón El horizonte desapareció como la ilusión óptica que siempre ha sido. Pertenece a los paraísos perdidos, los únicos que existen, según Milton y la Historia.

La Opción 0 de entonces significaba el final holocausto ofrecido a la tozudez por el poder cubano. Era el suicidio en masa a una señal del jefe iluminado del culto ridículo. Ahora ya es solo un pretexto, una murumaca tan surrealista como el yate sobre ruedas y con vuelos azules que aparece en unas imágenes injertadas por Beltrán en la película. Una soledad alucinada que marcha sin sentido de la nada hacia la nada, que ensaya con cansancio en una plaza política una fórmula agotada, tautológicamente vacía. Los emigrantes buscan certezas, pero las marchas oficialistas que se aprecian —más bien desprecian— en el documental solo logran zambullirse más y más en las aguas de la entelequia. 

La Opción 0 era también la negación definitiva de lo inevitable, la resistencia final a la realidad y a las fuerzas históricas que tañeron todas las trompetas del apocalipsis soviético en un solo alarido, tumbando muros, como el de Berlín, para unos, levantándolos para otros. Cavernícolas antes que capitalistas. Esa era la única opción.


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Cuba sigue tendiendo al cero absoluto. La nulidad es la única opción real, plausible, palpable, a las circunstancias inmediatas. Siempre lo fue. Ahora lo es más. No importa mucho si las presiones políticas y económicas externas se aligeran un poco más o un poco menos. El corazón está podrido. Todos abandonan o sueñan con abandonar. Por cientos, por miles, por cientos de miles. Los futuros cubanos se niegan a nacer, a aprender a hablar o a caminar en Cuba. Prefieren hacerlo en las selvas centroamericanas. El cero absoluto sustituye a la Revolución absoluta.


© Tráiler e imágenes de interior y portada: cortesía de Marcel Beltrán.




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Los hombres (y los partidos) mueren, Batman es inmortal

Antonio Enrique González Rojas

Batman es el superhéroe más bello de todos. Es el más triste, el más inútil, el más fallido, el más terrible. Es la definitiva encarnación de la impotencia y el fracaso glorioso ante los embates del mal humano.






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