El camino a ‘Vicenta B’ (VI): Indios y ‘cowboys’

Humo

Te acuestas desbaratado. Te duele cada pedacito del pie derecho y del pie izquierdo. La cabeza la tienes caliente. Estás seguro que no vas a llegar al final del rodaje. Parece que una aplanadora te pasó por arriba.

Duermes unas cuantas horas. A levantarse. Poner el café. Revisar los papeles y para el set. Hoy nos toca filmar pegadito al mar. En el trayecto a Guanabo, por la ventanilla del carro, logro ver un pedacito de arena y el agua. El viento me da en la cara. La felicidad se abre camino entre el dolor.

Llegamos. Saludamos. Pasamos por el puesto de la doctora que nos toma la temperatura. El desayuno. Montamos la escena. Esta actriz va de acá para allá y dice este texto, esta otra la confronta y en el medio se prende un tabaco que va a soltar un humito que va a hacer un juego interesante con la luz.

Es un lujo tener a Linnett y es un lujo tener a la veterana Mireya Chapman.



Mireya Chapman.


En lo que Denise ilumina salgo a fumar y veo a Ale, el foto fija, que está tratando de cazarme. Enseguida me veo posando. El ser humano es un bicho raro. Me muevo. Tengo unos minutos para mí. Llego hasta la arena y me acuerdo de par de amigos que ya no están en Cuba. Ya no hacen cine. Filmar en este país, en este momento, es un lujo.

Regreso y veo el story. Veo la cámara. Todo está listo. Olguita empieza a dar las voces y se filma. Tiramos un plano que no me gusta. Tiramos un segundo plano que tampoco me gusta y de repente… así, como si nada, nuestra querida Mireya coge una borrachera tremenda de humo de tabaco.

Se pone mal. Hay que parar. La doctora la atiende y me dice que hay que esperar unas horas. Está con la presión baja, asqueada y con un mareo tremendo. Al ser una actriz experimentada quiere seguir, pero ya tiene una edad y se siente mal. Paramos un rato.

Estos son los momentos en que uno empieza a olvidarse de la suerte. El reloj avanza y antes de las siete hay que cortar porque hay un toque de queda. La escena es muy importante, es un parteaguas en la película, si no la podemos filmar no sé lo que me voy a hacer.

Veo a gente del equipo comprando unas maltas frías. Me da un deseo tremendo. Me alejo en busca de las maltas y me sigue un perrito. Empiezo a pensar en cómo avanzar, en que todas mis notas y dibujos ya no valen nada. Hay momentos para ser un perfeccionista y hay otros que uno tiene que reinventarse y salvar el día.

Me llama Claudia, se nos ha caído una locación, debo encontrar otra ahí mismo en la zona. Aprovecho y voy a ver la nueva locación. En el camino, el bus cae en una duna de arena y no puede avanzar. Me siento atascado. ¿Será por estar haciendo una película de religión? ¿Se me habrá pegado la mala suerte?

Llegan a ayudar con la guagüita y mientras tanto veo la locación. No me gusta. A Denise tampoco. Siento que me falta el aire. Estoy contra la espada y la pared. No quiero decir ni que sí ni que no a esta casa. Quiero esperar.

Vuelvo al set. Mireya sigue mal. Decidimos que Frank, nuestro estelar maquillista/peluquero, le va a dar las voces a Linnett y así podemos filmar los primeros planos.

No tener a Mireya, empezar por los cerrados en vez de por los planos generales, me pone la cabeza mala. Me gustan los problemas porque te ayudan a tener un oficio. A sacar el día. A vencer. Pero al mismo tiempo me entran un millón de dudas por no estar haciendo las cosas como quiero. 

Mireya mejora y me invento una situación radical. Completamente distinta. Un movimiento para allá y para acá que cambia todo. Estoy feliz. Lo logramos. De repente veo una foto que ha hecho el foto fija y está mucho mejor que mi idea. Me cago en mi madre. 



Almorzamos y hablamos de la semana que viene. Buscamos soluciones. Mireya ya se siente mejor. Pero no puede seguir filmando con humo alrededor. Me voy lejos a fumar. Estiro el cuello. El dolor y el gozo van de la mano. 

El viento del mar hace que mi tabaco queme mal y en la ceniza dispersa trato de encontrar una señal.


Indios y ‘cowboys’

En Melaza había un plano donde los lugareños bailaban Celebration y después no quedó porque el productor francés tenía su tema con empezar la peli así. También había un plano donde la abuela y la niña cantaban un tema bien raro. Ese plano le gustaba a todo el mundo. Pero ese sí lo quité yo bien convencido. En Santa y Andrés estaba el ireme, el diablito, que pasaba por el mar y todo el mundo siempre me preguntaba lo mismo: “¿Qué significa eso?”.

Ahora en Vicenta B tengo a cinco aborígenes cubanos que pasan de un lado al otro con arco y flechas. Los pongo a caminar por la arena. Los pongo a caminar por el río que hay a un lado y en el fondo, un mangle que me gusta más. Pienso en El abrazo de la serpiente mientras mi editora me come la cabeza diciéndome que parece una aventura cubana.



Mis ganas de narrar expulsan esos pequeños momentos contemplativos que me encantan en el cine de los otros. En mis películas no acaban de convencerme. Dos maneras de contar, de mostrar. Es como estar con los indios o con los cowboys. No se puede estar con los dos. ¿O sí? Como los Beatles, sin compararme.


Piel roja

Veo en una foto la mano de Chucho Valdés y tiene un anillo hermoso de un indio. Mi abuela tenía un indio que lo tengo yo todavía, con su tabaco, y cuando se me pone mala la cosa le pido. Por mucho tiempo ni lo toqué. Le tenía un respeto tremendo. Para la película los maravillosos chicos del equipo de arte, Alexis y Pepe —que no son chicos, pero tienen una energía bella y fuerte—, me traen un indio de madera que me gusta. Me gusta para la puerta de entrada de Centa. Ese indio de madera está bueno, pero no tiene la energía como el de mi abuela. No tiene el fundamento. No sé. Son cosas de energía.



Alisa, que es la mostra de vestuario, está diseñando el personaje de un piel roja que puede aparecer como fantasma. Tenemos aborígenes taínos y pieles rojas. Tener de los dos siempre me ha hecho ruido. Creo que debe haber uno solo. En fin, Alisa me trae un penacho indio de plumas blancas que me encanta. No es correcto que una persona que no sea un indio se lo ponga, pero las ganas me pueden. Escondido, me lo pruebo. Tiene una energía rara. 

Con el penacho puesto veo pasar por afuera a un flaco que era vecino mío. Me ve y me dice: “¡Compadre, no tendrás un tabaco para mí!”. A pesar de la COVID-19 y sin acordarme que estoy disfrazado, voy y le doy un tabaco. Le doy candela a su puro, que era mi puro, pero ahora es de él. Veo el humo subir y me descubro en un espejo.

Estoy disfrazado. En Melaza se burlaron de mí el último día porque por el frío tenía puesto un albornoz y parecía un magnate en medio de la madrugada de Bejucal. En Santa y Andrés estaba gordo y con una camisa a cuadros, bien de jefe burócrata. Acá ya tuve un día de burlas por ponerme un guante por miedo a la epidemia. El guante era rosado.

Nada, que ser director también es eso: hacer reír al equipo con alguna metida de pata.


© Imágenes de interior y portada: Alejandro Acevedo.




Denise-Carlos Lechuga

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Carlos Lechuga

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