El camino a ‘Vicenta B’ (II)

Muerte/Vida

Filmar a los muertos tiene un precio. Poner una cámara y tratar de mostrar el espíritu de una niña muerta, un indio, un esclavo…, es algo que no debe hacerse a la ligera.

Una de las muchachas del crew tiene un zunzún muerto en la mano. La gente del equipo empieza a bromear diciendo que la fuerza de esta chica es tan grande que mata a los animales.

A los pocos días, la misma chica tiene la oportunidad de salvar a un pollito que una gallina ha rechazado. Bajo un bombillo amarillo, el pollito es alimentado y logra ponerse en pie.


El sueño

Sueño que el rodaje se detiene por mi culpa. Estamos en una especie de aula en Ciudad Libertad y las cosas no están saliendo como deseo, por lo que decido hacerme el desmayado. Me desmayo delante de todo mi equipo y espero que me recojan, pero nadie lo hace. En el sueño, es obvio que todos saben que estoy actuando. El gran farsante. Entonces veo a los actores en una esquina hablando mal de mí. Me da un ataquito y empiezo a romper cosas. Lloro. En otra esquina, los del equipo de producción, avergonzados por mi actitud, se cubren la cara. 

Se comenta que no se ha podido filmar debido a la actitud infantil del director. Una bailarina famosa se burla de mí. No tengo idea de qué hace ella en este sueño. El equipo se reúne en una esquina de la cancha de básquet y se pone a oír música. Me evitan. Nadie se acerca a pasarme la manito. Me despierto. 



La misa  

Claudia está parada en el balcón de la oficina filmando con su celular. Estamos esperando la llegada de nuestra protagonista, nuestra Vicenta: Linnett.

Linnett entra por el pasillo y empiezo a gritarle cosas lindas para meterme con ella. Sube las escaleras, nos apretamos en un abrazo y empieza a llorar. Está feliz. Ya está aquí. Tuvo que salir de París (con la amenaza de que cerraran la ciudad), llegar a una cuarentena acá, con su pequeña, sola, en fin. Pero ya está aquí. 

Si se llega a demorar un poco más, no hay película. Acá quieren cerrar de nuevo. Pero bueno, lo importante es que está aquí.

Le presentamos al resto del equipo. Nuestra Vicenta se roba la atención. Es una mujer fuerte, alegre, desinhibida. Compartimos unos tabacos, nos ponemos al día. Levanta el teléfono de la oficina y llama a su madrina, que enseguida ordena unos baños y unas limpiezas, para que todo salga bien.

Me dispongo a hacer las tres limpiezas para la casa donde se va a filmar el hogar de Centa. Busco todo lo que hace falta con ayuda de mi equipo. Tres días seguidos hacemos la limpieza, y el martes hay preparada una misa espiritual con Linnett y con Mireya, que hace de su Tata.

Despejan mi agenda del martes en la mañana y llego a la misa, que tiene lugar en el edificio López Serrano. Me cautiva la primera imagen que veo: dos mujeres negras a contraluz, con el mar al fondo. Dejo los zapatos y prendo un tabaco. Enseguida llega la madrina y después de saludar pregunta por una muerta. Alguien entre los presentes está arrastrando con una muerta a la que le falta una pierna. Tratamos de hacer memoria y no: nadie logra acordarse.

Nos sentamos. La empresa es doble: pedir porque todo salga bien en el rodaje y, al mismo tiempo, observar a estas dos religiosas, hermanas, que tienen una luz y una claridad tremenda.

A los pocos minutos empieza a hablar el espíritu de Vicenta Rosa Rodríguez Benítez, mi abuela, e inspiración de la película. La madrina disfruta, es un espíritu fuerte. Mi abuela empieza a pedir varias cosas, a decir cosas específicas. El espíritu de la madrina también suelta prenda. Se menciona a un hombre alto (en el guion hay un personaje llamado el “anciano alto”, algo que no tiene por qué saber esta religiosa). Se habla de que va a haber una interrupción, pero después todo va a seguir viento en popa. También sale a relucir que va a entrar una persona de afuera, en un cargo importante. 

En ese momento no lo sabíamos, pero todo se iba a cumplir. Exacto. Así.

Al final la madrina sentencia: “Ustedes están yendo para la guerra”.

A los pocos días viene la primera interrupción: el Gobierno de La Habana anuncia nuevas medidas de cierre total debido a la pandemia. Para una película que tiene escenas nocturnas y en exteriores, es un gran problema. Hay que cambiar el plan de rodaje y ver cómo hacemos esas noches. Hay que filmar en interiores y tener un plan B en caso de que las cosas salgan mal. Hay algunos permisos que todavía no han llegado. 

Entre Claudia y Olguita organizan la cosa. Sin ellas estaría perdido. Todo lo hacen muy bien. Tener un plan de rodaje desorganizado puede ser un problema para mí, para el fluir actoral y para las situaciones de continuidad y script. Pero ellas lo hacen bien.

Amenazan con cerrar la ciudad y me empieza una picazón terrible. Literal. Me picaba todo el cuerpo. 

Hacía unos meses, yo estaba tratando de ser una mejor persona. Le había pedido perdón a quienes habían tenido que sufrir mi toxicidad. Me había calmado un poco. Me estaba centrando más en mi respiración. Estaba tranquilo. Entré en unas clases de yoga y me iba de maravilla. No sé si fue la estera de yoga, una bolsa de ropa almacenada o mi colchón, pero la cosa es que tenía una gran picazón y había una epidemia de sarna. Además de la Covid-19, el país estaba lleno de escabiosis.

Me prometí no subirme nunca más a una estera de yoga. 

Una cosa era que la película se parara por “fuerza mayor”, por algo gubernamental, y otra cosa era que se detuviera porque el director tenía sarna. 



La espera

La primera noche la picazón era tanta que tuve que dormir en el suelo desnudo. El frío del suelo me calmaba. La cabeza no me paraba: llevaba más de cinco años loco por filmar una película y ahora, por mi culpa, por una sarna de mierda, todo se iba a joder.

Pensé en quedarme callado y usar camisas de mangas largas. No decírselo a nadie. Pero era una hijeputá bien grande. En el equipo había mujeres con niños pequeños. La misma Claudia todavía estaba lactando. 

Lleno de culpa y cagándome en la madre que me parió, llamé a Claudia al patio. Nos sentamos en unas sillas de metal y le confesé que tenía cierta picazón. Claudia, mi mano derecha, me dijo que no hablara más: yo tenía sarna. 

Paramos el rodaje varios días y todos en la casa tuvimos que pasar por el tratamiento. Mientras estaba sin hacer nada, escuchaba a la gente trabajando arriba de mi casa, en la oficina. Era un buen momento para aprovechar y adelantar en el story-board, que tenía bastante abandonado. No pude avanzar mucho, porque el medicamento para la sarna estaba perdido. Un tubito de permetrina estaba por los 700 pesos, y éramos varios los que teníamos que pasarnos la crema.

Estoy a punto de empezar a rodar mi película y, en vez de estar creando, me encuentro en una cola inmensa, con un encabronamiento terrible, tratando de conseguir una crema de azufre. No puedo dejar de pensar en la mala suerte que me ha caído.

El rodaje está parado y la ansiedad me corroe. Siento como voy bajando de peso minuto a minuto. 

Con la sarna, me da por revisar algunas las películas de tema religioso. 

Estudio el filme francés La aparición, de Xavier Giannoli. La trama gira alrededor de una chica llamada Anna, que dice haber visto a la Virgen. En un momento, en sus labores diarias, la muchacha llena unos colchones de plumas con la ayuda de unas monjas. El aire se llena de luz y plumitas blancas. 

Al finalizar la tarea, Anna ayuda a las monjas a quitarse las plumitas que se les pegaron a las ropas. Esa entrega, esa devoción diaria en lo que hacen, se parece al espíritu que se necesita para hacer una película.

Comienzo a trabajar en una última versión del guion y muevo algunas escenas de un lado para otro.

En estos días no puedo hacer el amor, no puedo estar con mi equipo, por lo que me meto en un canal místico bien bobo. En una especie de trance, empiezo a pensar que estoy como en una capilla en las montañas: sanando, esperando. Mi ofrenda al gran creador es esa: estar tranquilo. 

Si me porto bien, por estos días pronto llegará una recompensa. Un momento mágico. Un rayo de luz cargado de plumitas blancas.


© Imágenes de interior y portada: Alejandro Acevedo.




Carlos Lechuga

El camino a ‘Vicenta B’

Carlos Lechuga

Ha muerto una persona en una de mis películas, no lo puedo creer. Su rostro estará conmigo mañana en el rodaje, y en la edición, y en la película por siempre.





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