Los masturbadores de las playas desiertas

Locación: Habana del Este. Transcurrieron cinco años entre ambas escenas. 

Fuimos con Héctor Noas a Cojímar para rodar una parte de la escena del edificio donde su personaje, Tomás, encuentra un hueso humano (el de mi abuela) junto a una loma de cenizas.

Las ruinas de una estructura de concreto, y un caldero tiznado con restos de comida que alguien dejó, se incorporaron de manera orgánica al arte de la película

Como debíamos esperar la caída del sol, llegamos alrededor de las cinco de la tarde. Héctor estaba de buen humor ese día. 

Permanecimos lo más cerca posible del carro. Un hombre de mediana edad, de aspecto descuidado, con barba y pelo largo, atravesó la explanada y, aunque mantuvo la distancia, miró con curiosidad hacia mí. 

Miguel hizo algunas fotos mientras conversábamos. Una de ellas la usó en la película: en el perfil que creó para Tomás cuando los agentes registran su computadora. 



Perfil de Tomás (Corazón Azul).


Hacia el final del día, Miguel se subió a una montaña de escombros, en busca de ángulos. De allí bajó corriendo:

—¡El tipo está frente al mar, masturbándose! ¡Coño, lo voy a filmar!

Pero cuando volvió, al parecer, ya el hombre había terminado. Nos montamos en el carro y nos fuimos. Cuando habíamos avanzado aproximadamente una cuadra, Miguel miró por el retrovisor.

—¡Ay! —gritó—. ¡Se quedó el trípode!

Dimos una vuelta en U. Héctor rezongó:

—Cualquier día ustedes dejan la cabeza. 









Fotos del rodaje de Corazón azul. Cortesía de Producciones Pirámide.


En enero de 2020 rodamos una escena muy difícil, porque Miguel compartía esa escena conmigo y no había nadie más. 

Debíamos dejar la cámara sola, filmando a casi cien metros de distancia.

En la historia, el Caso Número 1, el personaje que interpreta Miguel, va al encuentro de Elena. Yo estaba sentada en una roca, la acción se concentraba en mi mano izquierda y en mi anillo. Miguel estaba encuadrando. 

El paisaje se veía imponente. Las nubes cargadas. El horizonte negro. El viento frío y húmedo. Las olas embestían con furia las rocas. En el fondo, la ciudad atravesada por un barco. 

En esa época del año, la Playa del Chivo (también conocida como La Mojonera, por los conductos de aguas albañales) es bastante solitaria, pero de vez en cuando se aparece alguna que otra persona. 

Miguel seguía encuadrando a unos cien metros de mí. Empecé a escuchar unos gemidos a mis espaldas. Me volteé. 

Tras las uvas caletas que estaban del otro lado de las rocas, había un hombre tirado en el suelo, con los pantalones bajados, masturbándose… 

Empecé a gritarle a Miguel que teníamos que parar, pero él insistió, porque la luz comenzaba a caer:

—¡Sigue! ¡Sigue!

Me resultaba casi imposible concentrarme. Pero como mi mirada solo debía estar dirigida hacia el anillo en mi mano izquierda, soporté un tiempo más. 

Entonces recordé aquel día en que mi amiga Andrea y yo nos bañábamos en Buey Vaca, cerca de la casa de mis padres. Eran tiempos de frente frío, la playa desierta. Solo estábamos nosotras. Y había otro hombre masturbándose detrás de las uvas caletas. Cuando terminó, se lanzó al agua a lavarse. 



Fotograma de la escena (Corazón azul).


En un momento de pausa fui hasta Miguel a explicarle lo que estaba sucediendo. Pensé que, con el sonido del viento y del mar, y por la distancia, él no me había entendido realmente. 

Pero Miguel había decidido terminar la escena a toda costa. Su cine es más importante que la propia vida. Yo regresé a sentarme en la roca. La situación se había vuelto aun más incómoda y extraña. 

El viento me abría la parte de arriba del traje, dejaba entrever mis pechos… 

Ya tocaba la entrada de Miguel en el cuadro. 

—¿Tú lo sabías? —dije, interpretando a Elena.

—Elena, no importa quiénes son nuestros padres —dijo Miguel, interpretando a su personaje—. Lo importante es quiénes somos nosotros. 

El Caso Número 1 abraza a Elena, y la besa. 

A nuestras espaldas, el hombre gritaba de excitación. 

Miguel me hacía señas con las manos para que no detuviéramos la acción. La luz mágica de la puesta del sol estaba a punto de perderse. Una y otra vez, Miguel corría los cien metros que nos separaban de la cámara para revisar el plano. 

Repetimos varias veces la toma. 

El hombre gemía, poseído. 

Finalmente, Miguel, complacido con la escena, trajo la cámara y apuntó con ella hacia el hombre. Este, al ver que lo filmaban, se vistió y empezó a acercarse a nosotros, un tanto nervioso. Aquello me puso peor. Me pareció ver un cuchillo en sus manos. Saqué el teléfono y llamé a la policía. 

Mientras hacía la denuncia el hombre se acercaba cada vez más. Se parecía a Gollum, consumido y lleno de tatuajes. Enseñó sus manos pegajosas para mostrar que lo que sostenía era un trozo de madera. 

—Yo estoy aquí vigilando —nos dijo—, porque aquí hay muchos pervertidos, muchos degenerados. 

—Sí, como tú —dijo Miguel, desmontando la cámara. Cerró las patas del trípode y lo empuñó como si fuera un arma. 

Pero el hombre no se fue. Siguió empeñado en pretender ser alguien que solo estaba de paso por la playa y que se preocupaba por nosotros. Tal vez temía por lo que nosotros pudiéramos hacer con sus imágenes. Nos siguió hasta el lugar donde teníamos estacionado el carro y, como mismo había aparecido en medio de la nada, se alejó en el paisaje, casi tragado por la noche. 

Uno de los canales de audio de la cámara dejó de funcionar a causa del salitre.

En fin, el arte es cruel. 



Durante varias semanas rechacé a Miguel. Lo consideraba culpable, frío e insensible. Pudo ver mi desesperación a través del lente, mientras encuadraba, pero no le dio importancia. Para él, solo se trató de una situación divertida. 

Aquel hombre fue el primer espectador de esa escena de Corazón azul. No es una escena erótica, sino más bien romántica, dramática, o tal vez triste. Al menos eso pensábamos.

Quién sabe lo que él estaría imaginando.


* Fragmento del libro en proceso Crónica azul: diez años de rodaje.





La escena de sexo de Corazón Azul* - Lynn Cruz

La escena de sexo de ‘Corazón Azul’

Lynn Cruz

La noche de la filmación me pareció interminable. Tuve que andar desnuda por ese pasillo infinito, desde el crepúsculo hasta la madrugada. Hubo un momento en que el padre de Carlos subió a darle de comer al gato y tuve que esconder mi cuerpo debajo de las sábanas azules de la película.





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