Mutaciones del edificio Riomar en ‘Corazón azul’

Riomar hospedó a los técnicos extranjeros del antiguo bloque socialista. Sus antiguos dueños habían salido en la primera oleada migratoria después del triunfo revolucionario. Luego de la Tormenta del Siglo (1993), vaticinada por el huracán de la Perestroika, comenzó su notable deterioro. Allí filmamos una de las escenas más grandes de la película.

Catorce familias sobreviven en el frente, pese al abandono de las autoridades. Como la Isla, el edificio se fue vaciando. 

Miguel desapareció en posproducción las edificaciones alrededor del Riomar y la poesía afloró al instante, una isla dentro de otra. 



Edificio Riomar.


Pero eso ocurrió después.

Para lograr entrar, fuimos al apartamento de los padres de Luis David, un amigo de Miguel. 

Luis David fue, además, el primer baterista de la banda de punk rock Porno para Ricardo. La banda más famosa del mundo por no tocar. Gorki Águila decía de él que llegó a tener una de las colecciones de pornografía más grande de toda La Habana. 

En el Riomar, a finales de los años 90, coincidieron los ensayos de Porno para Ricardo con la filmación de La válvula, un mediometraje de ciencia ficción que le permitió a Miguel estudiar cine en la EICTV.

Al principio Miguel se negó rotundamente a volver al Riomar. No solo había rodado allí La válvula, sino también Clase Z tropical. Frustrado ante la imposibilidad de acceder a locaciones como la Central Electronuclear de Cienfuegos o el Central Cuba en Matanzas, no le quedó otro remedio que regresar a allí una vez más



Lynn Cruz y Miguel Coyula.


Haber cambiado en posproducción la geografía del lugar, además de los cielos nublados que le dan una apariencia ominosa, hizo del edificio prácticamente una nueva locación.

Para el rodaje de Corazón azul acordamos ser alumnos de doctorado de los arquitectos Estrella Fuentes y Raúl González Romero, los padres de Luis David. Si preguntaban, diríamos que investigábamos la estática milagrosa que sostiene el edificio, un tecnicismo que usan los ingenieros para explicar este tipo de fenómeno. Al subir, y para parecer arquitectos, hablábamos de la columna más precaria del ala izquierda que había sido reparada recientemente. 

Todo estuvo bien mientras fuimos solo Miguel y yo, pero cuando apareció Héctor Noas comenzó la desconfianza por tratarse de un rostro conocido. Una vez que lo vieron, los agentes de seguridad sospecharon de nosotros. No obstante, el acuerdo silencioso fue el de hacernos los tontos.

Siempre subíamos los once pisos con equipos y maletas. Héctor nos ayudó a cargar. Esta sería, sin que lo supiéramos, la tercera y última escena grabada con él en Corazón azul

Miguel eligió filmar en los pasillos laterales, en las habitaciones y en el despedazado penthouse. Estrella y Raúl nos contaron cómo los mismos trabajadores que enviaba el Gobierno para reparar terminaron canibalizando el edificio. Se llevaron las puertas, losas, y hasta las ventanas con sus marcos. 

En la versión original del guion, la acción de esta escena era solo de una página y culminaba con el encuentro de Elena. Mientras preparábamos la producción, Miguel estaba preocupado porque corríamos el riesgo de que la escena no funcionara.

Algunos exteriores, así como el recorrido de Tomás hasta llegar al Riomar, los rodamos la tarde del masturbador de los escombros en Cojímar. Allí Miguel encontró un hueso de vaca y me comentó que nunca había visto a nadie en una película que matara con un hueso, excepto en 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick; pero quien mata en ese caso, es un mono. 

Cojímar está en la zona este. El edificio se encuentra en el otro extremo de la ciudad. El hueso también despertó mi imaginación, así que sugerí poner distintas etapas de descomposición de los cuerpos para que parecieran crímenes más y menos antiguos como parte de esa realidad alternativa donde la vida no vale nada. 

Con las ideas más claras sobre la puesta en escena, Miguel se inspiró. En ese mismo momento surgió un nuevo problema de producción, encontrar huesos humanos. ¿De dónde íbamos a sacar a un atrecista que en 72 horas hiciera huesos humanos tan perfectos que pudieran ser filmados a plena luz del día? 

Claudia Calviño nos prestó la cabeza de un hombre en estado de putrefacción que había usado en la película de zombis Juan de los Muertos, de Alejandro Brugués. La olvidamos en el set (una de las habitaciones ruinosas del edificio). 

Aquella noche, después de rodar, apenas pudimos dormir. No solo sentíamos vergüenza de decirle a Claudia que la habíamos perdido, sino por el hecho de que algún curioso pudiera encontrarla. Era de látex, pero a simple vista parecía de verdad. Suerte que a la mañana siguiente aún estaba ahí. 

Miguel visitaba las locaciones una y otra vez. Les hacía dramaturgia a los espacios. Observaba las dinámicas que se establecían y trataba de aprovechar lo que encontraba para incorporarlo a la historia.

Es tenebroso que caigan fragmentos de concreto desde todas las direcciones del edificio ruinoso. El Riomar, con sus pasillos largos y en penumbra, dibujaba a esa hora del día un túnel de luz hacia donde saldría Tomás, perdido entre laberintos de concreto. 

Nada más ideal. “Generar misterio” es la frase favorita de Miguel, que recuerda con nostalgia el efecto que le provocaban las películas vistas durante su infancia.

En esta escena, el reto mayor para mí era el momento en el que Elena mira de manera penetrante a Tomás. Debía ser una expresión que inspirara pena y, al mismo tiempo, Miguel quería que se sintiera algo más. La oscuridad de Elena debía salir a pesar de las lágrimas. 



Lynn Cruz, como Elena.


Esos primeros planos los hice sin Héctor. Recuerdo que Miguel destinó un día de rodaje completo solo para ese momento. Lo repetimos una y otra vez buscando ese estado de fragilidad monstruosa. Hicimos 25 tomas. Algo impensable para el tiempo y presupuesto de las producciones independientes. Ese día descubrí un aspecto importante de la personalidad de Elena. 

Elena estaba herida en su vientre y sangraba. Miguel no quería revelar la naturaleza de la herida. A Tomás lo habían golpeado. Para maquillar la herida de su estómago, logramos dar con Aymara Cisneros, una maquillista de cine que trabajaba mucho en la EICTV. 



Aymara Cisneros, maquillista.


Es una mujer liberal, con apariencia hippie. De grandes ojos verdes y rostro anguloso. Recuerdo que durante un taller de realización cinematográfica nos contó a algunas actrices que se había acostado con Coyula cuando trabajó en su tesis Buena onda (1999)En aquel entonces yo estaba recién llegada a Corazón azul y sentí que ya le conocía un secreto a su director. Un secreto que me provocó morbo. 

El 31 de diciembre de 2014, Aymara estuvo con nosotros en el edificio. Fue una guerrillera durante el rodaje. Estaba sentada en el piso mientras nos maquillaba. Dijo que no podía trabajar todos los días a causa de las fiestas de fin de año. Para ayudarnos, me enseñó cómo usar el látex y el naturo en la confección de las heridas. 

Estuvimos durante tres meses rodando en el Riomar. Volvíamos una y otra vez a filmar insertos y texturas para confeccionar la dirección de arte digital de la escena. Durante ese tiempo cambió la administración del edificio. Entrar se volvió más difícil. 

A los custodios les aumentaron el salario de manera considerable por custodiar una mole ruinosa. Luego supimos que los nuevos dueños eran los mismos de Palco. Puesto que las leyes urbanísticas actuales prohíben construir tan cerca del mar, si el edificio colapsa, pierden el terreno. 

El último día de rodaje Miguel necesitaba un plano de los pies de Tomás después de la golpiza. 

Con Héctor solo pudimos trabajar cuatro días, así que priorizamos sus planos antes de que saliera a protagonizar un episodio en Tras la huella

Mientras editaba, a Miguel se le ocurrieron otros planos: las piernas de Tomás suben las escaleras que lo conducen a Elena, tambaleándose. 

Me puse tres pantalones para que mis piernas parecieran las de Héctor. El último escalón coincidía con una ventana. De repente sentí un grito:

—¡Oye!

El grito provenía del otro extremo del edificio. Miré hacia esa dirección y en una diagonal con la planta baja estaba el custodio.

—¡Ay! Nos cogió —le dije a Miguel.

Todo eso sin que yo abandonara la acción. 

—¡Sigue!, ¡sigue! —respondió. 

Miguel aún no tenía lo que necesitaba. Volví a pasar por delante de la ventana de la misma forma que unos segundos antes. Mi cuerpo estaba inclinado hacia la derecha, como si tuviera mareos. Mis manos estaban en la cabeza, para que solo se vieran los pies.

Solo atiné a asentirle al custodio. Como lo repetimos varias veces, imagino que el hombre veía aparecer mi cabeza inclinada y luego desaparecerse lentamente de la ventana. 

El hombre, más enfurecido, volvió a gritar:

—¡Si no bajan los voy a buscar!

Miguel calculó que en lo que el custodio subía todos esos escalones (estábamos en el piso diez) y llegaba a la otra ala del edificio donde estábamos nosotros, le daba tiempo de hacer varias tomas. 

Terminamos y rápidamente comencé a quitarme las ropas de Tomás. Miguel desmontó la cámara. Alcanzamos a recogerlo todo antes de la presencia de aquel hombre. 

Le expliqué que ya habíamos terminado el seguimiento que hacíamos de la columna y, enojado, reclamó:

—¿Ustedes creen que yo soy bobo? Esa columna no pare más. 

Regresamos al edificio unos años después para filmar un episodio de la serie Interrupted stories, de la televisión canadiense. 

Hoy ya no se puede acceder ni al penthouse ni a los pisos que no están habitados. Los pasillos laterales fueron bloqueados con paredes de concreto. 




Corazón Azul

‘Corazón azul’ en el cementerio de La Habana

Lynn Cruz

Cuando Carlos Quintela vio a Héctor Noas en la película, dijo que era como un Bruce Willis cubano. Miguel necesitaba a alguien con su fenotipo.





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