¿Cine independiente o ‘in the pendiente’?

¿Ser independiente? ¿De qué? 

Con la evolución cinematográfica, aparece una definición y redefinición de conceptos aparejados a las características que asumen la producción de películas y los códigos cinematográficos comunicativos. Es de esta forma que surge el concepto de cine independiente o indie, con gran preponderancia en la actualidad. 

Sin embargo, los estudios de cine a menudo polemizan sobre la existencia o no del cine independiente. Es común que dicha discrepancia tome aspectos particulares de una producción fílmica para definir su independencia y no vaya a la generalidad. En ese sentido, si bien no puede establecerse un criterio fijo y rígido para determinar si las producciones son o no independientes, porque estas no siguen un patrón esquemático y sus características fluctúan dependiendo del país y la época, sí contemplan tópicos comunes —que en ocasiones son fáciles de distinguir.

El primer cuestionamiento que se hacen los teóricos es: ¿independiente de qué? La respuesta no es menos sencilla: toda película necesita un presupuesto para ser realizada. Como origen del concepto de cine independiente, se hace referencia a toda aquella obra realizada al margen de los circuitos comerciales y de producción habitual; sobre todo a las cintas que rechazaban el modelo de Hollywood. Pero es más fácil citar las características que enmarcan a una producción fílmica dentro de la etiqueta de “cine independiente” que las cualidades que lo forman como género: 

Aunque es común encontrar la categoría de “cine independiente” como un concepto clave dentro del filmstudies, las investigaciones que se empeñan en su análisis tienden a preferir el examen de cuerpos concretos y reducidos de filmes, prácticas audiovisuales puntuales y personalidades específicas. Las experiencias de la realización independiente parecen no repetirse de un productor a otro y las conexiones que los agrupan son, con frecuencia, harto difusas. El cine independiente luce, entonces, no como una cualidad comprehensiva que aúna elementos determinados, sino como una clase abierta que designa una “no pertenencia a” (la industria, las políticas, las estéticas, etc.).[1]



Antecedentes del cine independiente cubano 

Definir el cine independiente cubano, por tanto, es complejo; mucho más historiarlo, cuando se ha perdido un gran volumen de sus películas, de las cuales solo quedan reseñas en comentarios en la prensa de la época o entrevistas a cineastas. Pero el principal problema sigue siendo determinar qué es o no independiente. 

Los estudios de cine a menudo polemizan sobre la existencia o no del cine independiente.

Resulta entonces válido aclarar que antes de la creación del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) no se puede utilizar la denominación de cine independiente porque, aunque existían varias productoras en la Isla y se realizaban películas al margen de estas, no había un centro de producción que tuviera la hegemonía de la industria cinematográfica del cine nacional. 

Las realizaciones que se hacían al margen —por dar alguna denominación— de las productoras antes de la creación del ICAIC pueden considerarse un antecedente del cine independiente cubano; pero no se puede afirmar que fuera cine indie, pues todavía no se había establecido este concepto. Estas producciones más bien pueden catalogarse como un cine paralelo o al margen de las casas productoras. 

La llegada del cine a Cuba ocurre el 15 de enero de 1897, de la mano del francés Gabriel Veyre, pero las primeras producciones cinematográficas se comenzaron a realizar alrededor de 1906. En ese momento no existía una industria nacional de cine que representara a Cuba y el Gobierno no le daba preponderancia como manifestación artística ni como negocio rentable, por lo que se vuelve complejo desarrollar el concepto de cine independiente —que vino a surgir en Estados Unidos a partir de la segunda mitad del siglo XX. 

No obstante, sí concurrían en Cuba pequeñas e incipientes casas productoras de cine privadas que desarrollaban sus obras y controlaban el negocio cinematográfico. Y, aparejado a ellas, existían realizaciones cinematográficas al margen de estas pequeñas compañías privadas.

La primera de estas productoras nacionales se funda en 1908, con el nombre de Santos y Artigas, inicialmente como casa distribuidora de películas de importación directa a Cuba y dedicada a su alquiler y a la compraventa de aparatos de cine. Hasta que dos años después, en 1910, asume la función de productora al aliarse con el director cinematográfico Enrique Díaz Quesada. Más tarde, en 1938, se crea la Compañía Cinematográfica Cubana (CCC), dirigida por Juan Méndez y, en 1939, Ramón Peón funda una empresa sólida llamada Películas Cubanas S.A

Definir el cine independiente cubano es complejo; mucho más historiarlo, cuando se ha perdido un gran volumen de sus películas, de las cuales solo quedan reseñas en comentarios en la prensa de la época o entrevistas a cineastas.

La existencia de casas productoras denota un interés en invertir en el cine como negocio. Sin embargo, ninguna de ellas logró consolidarse como centro hegemónico de cine o industria nacional, por lo que no existía una industria que marcara las pautas sobre el cine nacional. A pesar de ellos, algunas productoras marcaron las inquietudes de un grupo de cineastas, llamados actualmente “entusiastas” debido a su formación autodidacta.

Desde principios del siglo XX, en la Isla existían aficionados al cine; entre ellos, Roberto Machado —médico de profesión—, quien realiza algunas películas en los años 30, como Cuba, tierra de romances. Mientras, en 1940, la prensa de este período reseña un largometraje amateur de 16mm, sin sonido, llamado El profesor maldito, de Carlos Alpuente. 

En 1943, el Club Fotográfico de Cuba celebra el Primer Concurso de Cine Alternativo, donde se otorgan premios a obras de 8 mm y 16 mm; entre ellas: La vida de los peces (Armando Menocal), Varadero (Roberto Machado) y Vida y triunfo de un pura sangre (Jaime Traumont). Todos estos directores amateurs produjeron sus obras en el mismo período que Ramón Peón, Manuel Alonso y Juan Orol. 

En 1945, Plácido González realiza El tesoro sangriento y, en 1950, el Cimarrón. En el decenio de los años 50 se filman El invasor marciano (1952) y La herencia maldita (1953) de Eulalio Vicente Cruz en San Antonio de los Baños; Hamlet(1953) de Néstor Almendros; De espaldas (1956) de Mario Barral —considerada por el crítico de cine Dean Luis Reyes uno de los primeros antecedentes del cine independiente cubano—;[2] y Contrabando (1957) de Orlando Ordaz.

La existencia de casas productoras denota un interés en invertir en el cine como negocio.

Otro de los ejemplos paradigmáticos del cine alternativo en Cuba es El Mégano (1955, Julio García Espinosa), documental con guion del propio García Espinosa, Tomás Gutiérrez Alea y José Massip, filmado en 16 mm y en blanco y negro. Los fondos con los que se realizó provenían de cinéfilos miembros de la Sociedad Cultura Nuestro Tiempo y del Partido Socialista Popular (PSP). 

Refiriéndose al cine realizado antes del triunfo de la Revolución, Jorge Molina afirma:

Antes del 59 todos los directores eran independientes, porque no había una industria, […] gente como Ramón Peón, Manolo Alonso o Ernesto Caparrós. Toda esa gente era independiente, era un grupo de cineastas que estaba tratando de levantar el cine en Cuba, tratando de crear una industria, pero no pudieron porque no había el apoyo estatal.[3]



Cine independiente posrevolucionario

En marzo de 1959, la fundación del ICAIC representó la aparición de una industria nacional con carácter oficial, respaldada por la primera ley de carácter cultural del nuevo Gobierno Revolucionario. La Ley no. 169 explicitaba que “quizás ninguna manifestación del arte en Cuba tiene tanto apoyo del recién gobierno revolucionario instaurado en 1959 como el cine”.[4]

La creación del ICAIC supuso que el Gobierno destinara fondos para las obras cinematográficas y que tuviera la hegemonía de las producciones que se realizaban en la Isla. Sin embargo, al margen de dicha institución comenzaron a realizarse filmes muy marcados por la falta de presupuesto y la experimentación; si bien en esos momentos no existía en esas producciones una intencionalidad de independencia.

En esos años iniciales se realizan obras que van desde Diez Centavos (1959) y Ritmo en tránsito (1959) de Antonio Cernuda; pasando por Gente en la playa (1961) de Néstor Almendros —con una estética del free cinema—; Un día de playa, producida por la Agrupación Cinematográfica Experimental; Un balcón y trece canicas, Juan A. García Cuenca; hasta llegar a PM, de Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal.

La creación del ICAIC supuso que el Gobierno destinara fondos para las obras cinematográficas y que tuviera la hegemonía de las producciones que se realizaban en la Isla.

Esta última es un corto documental bajo la estética del free cinema, filmado de forma independiente, que generó una gran polémica cultura. Aunque solo mostraba la vida nocturna de cabaret y bares de la zona del puerto y la playa de Marianao, la censura de este corto motivó un debate en la Biblioteca Nacional José Martí entre Fidel Castro y varios intelectuales y políticos. 

Como consecuencia, la cinematografía cubana fue centralizada y monopolizada por la entidad estatal encargada de su gestión, el ICAIC. “Asimismo, una naciente tendencia crítica e historiográfica impone la leyenda del ‘año cero’, de la endeblez estética e inexistente (física) del cine anterior al de esa institución. Todo lo que sucediera fuera de ese marco solía ser observado con sospecha o ninguneo”.[5]



Cine fuera del ICAIC: la fundación de asociaciones y festivales

Un factor muy importante en la década de 1970 es que se comienza a hacer cine fuera del ICAIC con la creación y proliferación de cineclubes. El Instituto de Ciencias Sociales de la Academia de Ciencias de Cuba inicia, en 1973, la actividad de estos cines para sus trabajadores. En 1975 surge el grupo Fílmico Cine Club en el Mar, de los trabajadores de Puerto Padre. En noviembre de 1976 se constituye en Santa Clara el grupo Círculo de Cineaficionados de Cubanacán, conocido como Cine Club de Cubanacán. 

En 1983 se celebra el Primer Encuentro de Cine Aficionados y, en noviembre de ese año, el primer Festival de Invierno. A este primer festival concurren 24 cineclubes en representación de trece provincias, que concursan con películas en 16 mm y algunos videos realizados por los grupos de creación. A finales de la década sobresalen títulos como Después del golpeLa muerte y La olvidada, de Jesús Fernández Neda; y Electra, de Raúl Bosque.

En la década de 1990, las organizaciones cinematográficas dejaron de producir o bajaron su ritmo dada la crisis económica que afectó a la Isla.

El Cine Club Plaza se inicia como festival regional en el año 90. Aquí concursan realizadores de todas las provincias, llegando a alcanzar magnitud de festival nacional con el nombre de Festival Cine Plaza, bajo la presidencia de Tomás Piard y Concepción Calá. La sede para las proyecciones de cine aficionado era el cine Yara.

Anteriormente, en septiembre de 1978 se había iniciado el movimiento de cine aficionado con la fundación del Círculo de Interés de Plaza de la Revolución. En ese momento sus producciones se nombraban como cine paralelo y eran obras que representaban las problemáticas sociales de entonces.

Según Mario Naito:

[…] En la Isla, había existido una producción de filmes rodados en los antiguos Estudios Cinematográficos del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), en la sesión fílmica de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (ECIFAR),[6] en el Departamento de Cinematográfico Educativo (CINED)[7] del Ministerio de Educación o de la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV)[8] de San Antonio de los Baños, además de los cientos de movimientos de cine clubes de creación o la Asociación Hermanos Saíz, […] sin embargo, entre 1970-2000 nada prácticamente empleaba la palabra cine “independiente” para referirse a las películas presentadas de esas instituciones  o grupos […][9]

En la década de 1990, las organizaciones cinematográficas dejaron de producir o bajaron su ritmo dada la crisis económica que afectó a la Isla, producto entre otras cosas de la caída de la URSS y la desaparición del Consejo de Ayuda Mutua Económica (CAME).

A este período debemos películas como Los pedazos de mí (Jorge Luis Sánchez, 1989), Sed (Enrique Álvarez, 1992), Ritual para un viejo lenguaje (Marco Antonio Abad, 1983), Basura (Lorenzo Regalado, 1992) y A Norman McLaren(Manuel Marcel, 1990). Un hito de gran relevancia es Zafiros, locura azul (1997), filmado por Manuel Herrera, que resulta ser el primer largometraje de ficción con un presupuesto no estatal, la primera película verdaderamente independiente del cine cubano posterior a 1959.[10]

La Muestra de Cine Joven devino la mejor vía para descubrir una insurgencia creativa localizada fuera y dentro de las instituciones culturales reconocidas.

Hacia finales de los años 90 e inicios del nuevo siglo, Humberto Padrón filma Y todavía el sueño (1998), Los zapaticos me aprietan (1999) y el video de ficción Video de familia (2001). Entretanto, Luis Leonel León realizaba Habaneceres(2001). 

Uno de los factores que propició el desarrollo del cine fuera de los marcos del ICAIC fue las graduaciones de las escuelas de cine cubano, que corresponden con la década de 1990. La crisis económica de este período trajo consigo que el ICAIC produjera menos películas que en los años anteriores; mientras, a la par, comenzaban a aparecer nuevas tecnologías para filmar. “La llegada de la era digital fue, tal vez, la mejor oportunidad de la filmografía en la etapa. Los cineastas cubanos se vieron obligados a renunciar al celuloide, que venía en gran medida de la extinta Unión Soviética; y comenzaron a dar los primeros pasos en el nuevo formato”.[11]

En el período de los años 90 se da un desarrollo acelerado del cine fuera de la oficialidad, con obras realizadas al margen del ICAIC. Esto trae aparejado consigo que se comience a gestar en la Isla las ideas sobre el concepto de cine independiente, que luego iría evolucionando. “‘Cine alternativo’, ‘sumergido’, ‘paralelo’, ‘independiente’, ‘joven’, bajo cualquiera de estos nombres se ha llamado lo que transcurre hoy en Cuba a destiempo de la construcción del Cine Nacional […]”.[12] Queda claro que este cine independiente también es nombrado con los términos de aficionado o underground.

De hecho, Ann Marie Stock afirma que:

El apelativo no captaba con exactitud la actividad audiovisual surgida en la isla durante aquella época. Sin embargo, en la actualidad, debe reconocerse que la propia trayectoria de todos los cineastas y de otros nuevos realizadores, junto a formas de producción que han desarrollado fuera del marco industrial, hacen posible que los percibamos como creadores independientes y que ellos se asuman como tal.[13]

Ya a partir del nuevo siglo se observan cambios importantes dentro del marco cinematográfico cubano con el inicio de la Muestra Nacional del Audiovisual Joven; posteriormente llamada Muestra de Cine Joven o Muestra Joven ICAIC. Lo que comenzó con un carácter de muestra —como bien lo dice su nombre—, tomó carácter de festival, aunque nunca fue declarado de dicha manera. La realización de este evento fue importante para los nuevos realizadores, pues la mayoría de los trabajos presentados estaban producidos fuera de los marcos de la industria y, en su mayoría, empleaban nuevas tecnologías.

De cierta manera, la independencia también puede convertirse en un cliché.

Las Muestras devinieron desde sus primeras ediciones la mejor vía para descubrir tal insurgencia creativa, localizada fuera y dentro de las instituciones culturales reconocidas. Asimismo, sirvió como espacio aglutinador y dio cierta oficialidad a este nuevo cine y a los jóvenes realizadores, graduados en su mayoría de las escuelas de cine cubano.

Dos de los cineastas más importantes de esta época son Jorge Molina y Miguel Coyula. Así, el primero presenta Molina’s culpa en una de las ediciones iniciales de la Muestra, aunque había sido filmada en 1992 como su trabajo de graduación. Molina puede ser considerado un cineasta atípico que continúa su obra fílmica muy alejada del ICAIC y de la estética a la que el cine cubano está acostumbrado. Por su parte, Coyula incursiona en la cinematografía cubana con obras como Clase Tropical Z (2000)El tenedor plástico (2001), Cucarachas rojas (2003) y Memorias del desarrollo (2010). Esta última cinta, incluso, fue rodada en Estados Unidos, como contraparte de Memorias del subdesarrollo (Tomás Gutiérrez Alea). 

A pesar de todo lo anterior, no debe perderse de vista que, de cierta manera, la independencia también puede convertirse en un cliché, en un género, una forma de vender ciertos productos audiovisuales etiquetados bajo esta denominación.[14]


© Imagen de portada: Noah Blaine Clark.




Notas:
[1] C. G. Lloga Sanz: “El registro de la realidad desde la periferia. Examen del documental independiente en el oriente de Cuba”, en Arte, Individuo y Sociedad, 32(4), 2020, p. 852.
[2] D. L. Reyes: “Genealogía del cine independiente cubano”, en https://www.nodalcultura.com/2016/06/genealogía-del-cine-independiente-cubano/.
[3] Comunicado personal, 5 de marzo de 2021.
[4] P. A. Martín: “La visión poliédrica de la Muestra Joven ICAIC. Breve recorrido por las temáticas más abordadas por los nuevos realizadores”, en https://www.researchgate.net/publicatio/337427039.
[5] D. L. Reyes: ob. cit.
[6] Estudios Cinematográficos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (ECIFAR) (1961-1986).
[7] Departamento de Cinematográfico Educativo (CINED), fundado en 1973, dedicado a la producción de filmes didácticos para profesores y escolares.
[8] Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, fundada 15 de diciembre de 1986, cuyo objetivo es la formación artística de personas vinculadas a los medios audiovisuales. 
[9] M. Naito López: Coordenadas del cine cubano III, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2014, pp. 206-207.
[10] Ídem.
[11] P. A. Martín: ob. cit.
[12] V. Pernía Arias: “Lo que muestra la Muestra”, en http//www.ahs.cu/lo-que-muestra-la-muestra/.
[13] A. M. Stock: Rodar en Cuba. Una nueva generación de realizadores, Ediciones ICAIC, La Habana, 2015, p. 39.
[14] G. Arcos: “Debate cultural sobre ‘Cine independiente’ II”, en https://www.elcinescortar.com/2015/07/06debate-cultural-sobre-cine-independiente-cubano-2/.





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Los hombres (y los partidos) mueren, Batman es inmortal

Antonio Enrique González Rojas

Batman es el superhéroe más bello de todos. Es el más triste, el más inútil, el más fallido, el más terrible. Es la definitiva encarnación de la impotencia y el fracaso glorioso ante los embates del mal humano.






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