Para un libro flamante

Me gustaría agradecer a mi hermano Esterio Segura por provocar mi compañía para sentarme a su lado, en esta, la presentación de su elegante y cuidada edición de Hybrid of a Chrysler… y darme el privilegio de estar al lado de estas personas tan queridas y brillantes: mis admiradas Suset Sánchez, Yudinela Ortega y Gaby Azcuy. Gaby, quisiera decirte que no van a sobrar las palabras para elogiar esta hermosa edición, cuidada por tus rigores y por la dedicación amorosa que conozco de Miguel Selvi para cada criatura que sale de su imprenta. También agradecer el generoso amparo que han dado desde sus raíces The Cubans Art Group, a Susie y Mitchell Rice. No solo por este acontecimiento, también habría que darles las gracias por el inmenso apoyo al arte y a los artistas cubanos. Para esta ocasión, he garabateado unas palabras que espero celebren este acontecimiento. 



Mi padre tenía un Chrysler Saratoga negro que se lo quitó la Revolución en el año 1968, cuando pidió la liberación para marcharse del país. 

Cuando yo comenzaba como profesor en el Instituto Superior de Arte de La Habana (ISA), existían unos prodigiosos ejercicios que facilitaban un método certero para la creación de una obra y para su consiguiente coherencia analítica. El método guiaba el debate y la controversia, y los ensamblajes ideáticos surgían con los allí reunidos, alumnos y profesores, como un árbol de críticas en torno a la obra, para hacerla crecer hasta que el creador a veces la perdía de vista. El método implementado como un programa se llamó Los ejercicios de McEvilley y llegó en un momento a ser una fiebre.[1]

Siempre se habla del favorable valor polisémico que contiene toda óptima obra de arte. Me gustaría se me permitiera, sobre todo el creador de esta imponente obra, conducirme por las avenidas de este memorable método. 

De estos ejercicios, basados en los argumentos latentes sobre el objeto en cuestión, hay un contenido que se agrega a la obra en tanto esta revela progresivamente su destino a través de su permanencia en el tiempo. Esto habla de que los contenidos en una obra de arte se renuevan por el perenne diálogo que establece con las sucesivas circunstancias históricas.[2]

Una generación acierta cuando desde muy temprano tiene claridad en las definiciones acerca de su identidad.

Para Esterio, en esta serie Hybrid…, una idea o materia prima ya de base es el “movimiento” como forma de evolución, “una cosa cambia y deja de ser la misma”. Este desplazamiento, como él mismo dice, “sugiere un viaje liberador, más allá de los confines…”, lo que implica la legítima condición de viajero, una dimensión personal, cuando adaptamos en íntimo reconocimiento el contenido a nuestras accidentales circunstancias. 

Aunque los textos que en el libro acompañan esta serie concilian cuestiones concernientes al aislamiento, la libertad, la emigración y el exilio, el Chrysler, instalado frente a diversos públicos, inclinado en posición de despegue, nos invita a recorrer las eras imaginarias de nuestro interior, nuestra memoria y a trasladarnos en ese contexto introspectivo. 

El Chrysler de Esterio que yo conocí es el que no tenía pasaporte, anclado en un desteñido barrio de La Habana, en la Cuba que hoy se desplaza a cerrar el primer cuarto del siglo XXI, estirando cada vez más los límites del vacío. El vacío, que siempre ofrece, a la fuerza, la posibilidad de colocar algo e imponernos espacio para retroceder, reciclar, reparar y adaptar lo que esperábamos fuera sustituido. 

El maquinón, como le llamábamos los amigos, y los otros maquinones que colecciona Esterio formaban parte de un colectivo semirrodante denominado almendrones, esos “desmentidores del tiempo”, pistoneando contra el duro presente y encaminado hacia la terminal de un incierto y neblinoso porvenir. Terminaba, en definitiva, desarmado y armado en el estudio de Esterio. 

Quienes han visto esta caja negra pueden asegurar que es bella, flamante, que las alas miden dieciséis pasos de un polo a otro polo y que sus plumas, en vez de aligerar su poderío, lo robustecen.

Por un tiempo, en el ISA, profesé lo aprendido con estos contenidos; pero en el devenir de los cursos los ejercicios se diseminaron por todo el país, sedimentando una gran escuela, mientras en mi clase fueron relegándose a instrumentos ocasionales. Fue precisamente la ola nueva en la que Esterio carenó en el ISA la que comenzó a cuestionar y demandó nuevas respuestas para nuevas interpelaciones, evitando por suerte un dogma. 

Una generación acierta cuando desde muy temprano tiene claridad en las definiciones acerca de su identidad. En materia de cambios sustanciales, en medio de las necesidades y la extrema carencia, en una encrucijada sin perspectivas, la generación de Esterio lo pensó todo en grande y con curiosa paradoja fue la de los viajes con regresos, la de mirar sin prejuicios el valor de cambio y la de revisar el pasado más allá de los límites consentidos. 

Esta oleada de nuevos creadores debía sobrepasar un inmenso muro, edificado por la generación precedente con impactante prodigio colectivo, tanto con obras como con espíritu, regalándoles luego con éxodo explosivo un desierto lleno de mitos. Tanto Esterio, como Carlos Garaicoa, Los Carpinteros, Sandra Ramos, Kcho, Belkis Ayón, Ibrahim Miranda, Abel Barroso, Fernando Rodríguez, Jorge Luis Marrero, Ernesto García, Alberto Casado…,[3] desde las aulas y talleres del ISA, desde su privacidad y su isla aislada, se plantearon repasarlo todo, saltar el muro, llenar el vacío y, con audacia, ganar el mundo. 

Algunos críticos de puntería registran el eje de este momento de cambio, Tonel nos dice: “se avanza sobre el pasado, como escapando del presente: el futuro se convierte entonces en imagen engañosa, postergada, como de espejo retrovisor”.[4]

Esta suerte de ave negra podría posarse en las misteriosas e inquietantes planicies de un parqueo mortuorio que conduciría a sus viajeros en un largo vuelo hacia el más allá.

El movimiento o desplazamiento, ya sea hacia el pasado o el futuro, ya sea hacia el adentro y hacia el afuera, o viceversa, es uno de los aportes iniciáticos y fundamentales de esta década de los prejuicios, encaminada a darle prioridad a lo vital más que a lo ideal. Este sentido de pragmatismo les abrió una puerta hacia otra puerta y otra, y así sucesivamente hasta el presente. 

La primera mutación que yo conocí de estos hermosos automóviles sucede a mis ocho años, con la retirada a sus propietarios que declararon al Estado su posición de aislarse de la nueva era y abandonar el país. El viaje que emprende el Saratoga de mi padre sigue siendo un largo viaje que viví a través de la ventana, cuando desde el garaje de mi casa se lo llevaron a la estación de la PNR. Un viaje sin regreso.[5]

Entiendo que un libro negro es un libro de denuncia. Entre las múltiples lecturas que genera esta obra, entre la belleza de ambos, obra y libro, entre el amor y la esperanza que mencionan los textos se pueden también entrever esas negaciones, aquellas frustraciones y, en muchos casos, aquellos viejos sufrimientos. 

Desde entonces, las aerolíneas no paran de montar con caro privilegio a una multitud premiada —o acaso castigada— con un billete sin retorno. Dentro del ave de la fortuna, desvelados incandescentemente, o reposados sobre el frío alivio de la ventanilla, extienden sus ansias en el infinito azul de una aleta de turbinas, que redoblan sus caballos de fuerza, aumentando la presión de los sueños. 

Se plantearon repasarlo todo, saltar el muro, llenar el vacío y, con audacia, ganar el mundo. 

Aliviados o traumatizados, como quien sale de un terrible duermevela, recesan sus pesadillas. Las penas que quedan allá abajo borran las calles ansiosas, el buscavidas diario, la policía, las pasiones irrepetibles. Y se alejan de la amada ciudad, de las calles rotas, los paseos de baches, con sus espejos y rostros de cielo, por donde los postores con mucho cuidado deslumbran al turista, esquivan y salvan ese brillo de chapistería, un brillo que ha mutado a opaco, luego a corroído y vuelto a mutar, hasta volver a retroceder a la neblina que transparenta el tiempo, allá donde hizo gala el niquelado en la era remota de Ernest Hemingway o el entristecido Julio Lobo. 

En esta Cuba del presente, estas máquinas de brillo de olor a hule y querosén, estas naves de reciclable aristocracia, se han hecho tan poderosas que han terminado por dominar, además de nuestros ojos, nuestras mentes, así sean las más contemporáneas. 

De ese tiempo-espacio es el material que hace gala este asombro negro sobre la carta de colores monocapas, por encima de sus orondos choferes y su postal de fondo, de impacto arquitectónico. La nave negra de Esterio está entregada a nuestros ojos y felizmente negada a las posaderas de los turistas. Desde su estudio, garaje o arca, Esterio, un escultor sin límites, devuelve el pasado con insistencia al pódium contextual del cambio para objetos de uso. No va a pespuntear entre los baches ni tampoco va a rociarse con la sedosidad de las nubes. 

Como un tirijala, levita sobre ruedas o cuelga de sus alas en un constante espacio mental, un sitio deparado para el artificio de lo inimaginable, allí donde sus contenidos son discutidos y donde la mente de un viajero singular puede volar a toda velocidad, demostrando las múltiples variantes de un mismo tema. No solo se trata de un peregrinaje atemporal, es esta la credibilidad y el acierto. Y también la terquedad de las ideas, de la heroica voluntad, de evidentes obsesiones, y un gusto por la fastuosidad escultórica. Un extraño pero certero aporte que él mismo retrotrajo en ese giro novedoso para el tratamiento de la escultura de principio de los años 90. 

El arte de la interpretación y la hibridez absoluta, donde todos los ensamblajes son posibles.

En las recurrentes visiones sobre este artefacto, el dibujo remarca la línea clara de fuerza manierista, que se planifica para precisar el ensamblaje, para conducirlo con sus textos de aire y de sentidos hacia la ligereza y la velocidad de la mente, que planifica el itinerario de un parqueo o concibe planear bajito en múltiples lugares, físicos y semánticos. 

Además de las apreciaciones y las lúcidas palabras que acompañan el libro, este extraordinario retrato de Hybrid of a Chrysler, además del ocurrente ensamblaje ―aletas, carrocería, alas, aerodinamismo, idioma, pasado, levitación, leyenda, vuelo, ruedas, cielo, poderío, audacia, prodigalidad, avatar― esta suerte de ave negra podría posarse en las misteriosas e inquietantes planicies de un parqueo mortuorio que conduciría a sus viajeros en un largo vuelo hacia el más allá. Aún en algunas fastuosas empresas de Bogotá o Guadalajara, donde lloran lúgubres despedidas, ofrecen estas piezas de museo para este viaje sin retorno. O traernos de fiesta a un montón de amigos, armar una orgía, con música y alegría en un paseo de champán y masas de cerdo, un recorrido “innombrable”. 

Este reciclaje perpetuo hace paradas en la multiplicidad de sus rémoras, animales oníricos de Esterio, emblemas e impecables fundiciones de maquinitas del tiempo que lo acompañan, como lo han acompañado en suma enciclopédica, el “Aleph”, el “Yellow Submarine” o “El jardín de las delicias”. O tal vez esa perturbadora simbología del Simurg[6] o el ave Roc que dura setecientos años y va de hijo en hijo.[7] O, simplemente, como esa maquinona nueva de paquete de nuestros abuelos con la que aún impresionamos en la tarde maleconiana a nuestra noviecita con sus jeans campanas, su gorra maoísta y sus blazers estilo pop, reafirmándonos el oficio de habanear o, mejor dicho, el natural ejercicio del hibridar. 

En el arte de la interpretación y la hibridez absoluta, donde todos los ensamblajes son posibles, existe una especie extraordinaria de pájaro, un ángel negro que parte de la isla utópica y llega cada cierto ciclo de tiempo a regiones polares. Su forma es parecida a nuestra mente prodigiosa, dadora de nuevos contenidos, nuevas interpolaciones, nuevos debates y, por lo tanto, nuevos significantes. 

Quienes han visto esta caja negra pueden asegurar que es bella, flamante, que las alas miden dieciséis pasos de un polo a otro polo y que sus plumas, en vez de aligerar su poderío, lo robustecen. Pájaro de multiplicadas manos, un libro extraordinario para una obra extraordinaria, de un artista extraordinario. 


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* Palabras durante la presentación del libro-obra Hybrid of a Chrysler. A Provocation to Fly del artista Esterio Segura, La Fábrica, Madrid, 2 de junio de 2022.




Notas:
[1] Osvaldo Sánchez y Flavio Garciandía: “Ejercicios para activar los contenidos en la obra artística”. Según Thomas McEvilley: On the Manner, of Addressing Clouds, Artforum, junio de 1984.
[2] Contenido que se agrega a la obra en tanto esta revela progresivamente su permanencia en el tiempo (Thomas McEvilley: ob. cit.). 
[3] Entre otro gran número de artistas, esta fue la generación que irrumpió en el escenario de comienzos de los años 90, sucediendo al éxodo de los artistas más representativos de la década anterior. 
[4] Antonio E. Fernández (Tonel): “Texto para un adiós: arte utópico cuesta abajo”, en René Francisco: Adiós Utopía – Arte en Cuba desde 1950, Cifo / Cisneros Fontanals Art Foundation, 2017, pp. 110 -121.
[5] René Atanasio Rodríguez Sánchez: 20 años de espera. Memorias de un médico cubano emigrado de la República de Cuba en 1988 (manuscrito). 
[6] Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero: Manual de zoología fantástica, Fondo de Cultura Económica, México, 1957. 
[7] Jorge Luis Borges: Obras Completas, t. I, EMECÉ Editores, España,1996. 




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