Roma Vaquero Diaz: estar viva y en acción

En la prolífera escena cultural argentina, Roma Vaquero Diaz (Buenos Aires, Argentina, 1982) es una performer que conecta naturaleza, denuncia y belleza en un mismo trabajo. En sus performances la sutileza puede convertirse en un acto extraordinario y reflexivo, la sutileza de sentir la vida de las piedras, las ramas, las hojas; la sutileza de hablar con el agua, de hacer un ritual para expandir la experiencia humana más allá de un solo cuerpo. Nuestros cuerpos pueden entenderse y fundirse con otros cuerpos: no necesariamente humanos, no torpemente humanos. 


¿Cuándo comienzas a interesarte en el cuerpo y la performance? ¿Cuáles fueron tus primeras influencias? 

Siempre estuve muy interesada en mi experiencia corporal. Fui de esas niñas que si le decían “no metas los dedos en el enchufe”, o “no toques la plancha caliente”, iba y lo hacía para saber qué era, cómo se sentía y por qué no debía hacerlo. También pasaba muchas horas en el patio de mi casa con proyectos que siempre resultaban fallidos, pero que cargaban con todo mi compromiso, como cavar un pozo y llenarlo de agua con la intención de construir una piscina donde entraran mis hermanos y yo; hacernos una casa de dos metros con ramas y bolsas tejidas, o pasarme una tarde acostada en el campo cubriéndome con tempera roja y haciéndome la muerta para que los extraterrestres no me tuvieran miedo y se acercaran. 

Al mismo tiempo, pasaba muchas horas leyendo, iba a talleres de danza, teatro y al conservatorio de música. Por lo cual, mis primeras influencias fueron, por un lado, esas aventuras familiares, los viajes en carpa al río donde conocí otros territorios, gestos y costumbres y los fines de semana compartidos con mi abuela Daé. 

Por otro lado, como la música me gustaba muchísimo, el descubrimiento del arte contemporáneo fue mediante Yoko Ono. Junto a ella comenzaron a venir influencias como John Cage, los videos musicales, Björk, las copleras del norte argentino, Janis Joplin, Charly García, Isadora Duncan, Mary Wigman, John Lennon, Marta Minujin, Agnes Varda, Julio Cortázar, Astor Piazzolla, Alejandra Pizarnik, el mito de La Telesita, Esther Ferrer, Frida Khalo, Marina Abramović y Sally Mann.

En tu exposición «Cuántos cuerpos entran en un cuerpo» exploras las relaciones corporales, los límites e infinitos del cuerpo. Es un proyecto que recoge piezas de performance, fotografía, instalación y hasta libro-arte. De ahí, también derivaron diferentes talleres en el que compartes experiencias colectivas con otras mujeres, una práctica que ha estado visible en toda tu carrera. ¿Qué valor tienen para ti estos espacios colectivos que generas con tus obras?

Entiendo que esos encuentros son imprescindibles para mí, que son parte de una búsqueda poética y política. El arte tiene una cualidad transformadora muy potente porque está unida a la vida y a la construcción comunitaria. Los talleres permiten que cada una de nosotras demos lugar a nuestra voz, a nuestras historias, a nuestras maneras de hacer y de crear; y, al mismo tiempo, circular y compartir nuestros saberes con otras, construyendo lazos y afectos que luego se expanden a espacios fuera del taller. Asimismo, me parece imprescindible compartir lo que he aprendido, circular la experiencia y la palabra, que el espacio del arte no quede para unos pocos. Por esta misma razón es que desde el 2017 llevo adelante la plataforma Mundo Performance. 

Algo que me ha llamado la atención de tus performances es que experimentas una fusión con diferentes materiales naturales: rocas, ramas, tierra. ¿Qué significa la naturaleza para tu creación? 

Los elementos de la naturaleza son cuerpos hermanos, parte de nuestra misma materialidad, y al incluirlos en la performance, permiten vincular territorio, cuerpo y gesto. Cada uno de estos elementos carga su propia energía y memorias que se activan en el acontecimiento de performance, al mismo tiempo que siguen accionando luego porque también portan su propio tiempo vital. Lo natural permite conectarnos con nuestra presencia en este mundo, nos transmite saberes acerca de los ciclos, de los encuentros, las relaciones y las dificultades. A su vez, trabajar con materiales de un territorio me permite entrar en contacto profundo con ese lugar, su pueblo y sus rituales. 

Como investigadora también coordinas el proyecto Mundo Performance, en el que das espacio a muchísimxs performers de todo el mundo, en especial a lxs latinoamericanxs. ¿Qué tienen en común lxs performers latinoamericanxs además de compartir este pedazo de continente? ¿Qué significa ser performer latinoamericanx? 

Bueno, por suerte ser performera, performer, performere latinoamericanx no tiene una única forma de ser, sino que es variada, compleja y súper rica. Hablar desde el aquí latinoamericano denuncia una historia de colonización y explotación, al mismo tiempo que abraza el sueño nuestro americano de atravesar las fronteras y ser un mismo territorio liberado, y además porta con una historia de performance ancestral que cada uno de nuestros pueblos continúa activando de diversas maneras. Ello posibilita la coexistencia de ideas y materialidades que son impensables desde la lógica capitalista, pero asibles en el estar del ser latinoamericano. Así lo sagrado, lo profano, el macrocosmos y el microcosmos se conectan y se renuevan. Una trama ritual compleja que sobrevive en el hacer. Tal como puede verse en la mixtura que comento que fueron mis primeras influencias adolescentes y tempranas en el arte. 

Este estar latinoamericano nos habla de movimiento, de una combinatoria que late y que pulsa entre distintas fuerzas en relación a este territorio. Un estar viva y en acción. Una identidad que no permite definirse, que se corre del centro para jugar con los bordes, con las definiciones múltiples, con el ser en combinatorias, donde reconocer que somos parte de esta historia de opresión mientras que buscamos la propia voz, que carga con muchas voces, que se unen y se juntan para decir con nuevos significados. Porque la presencia en Latinoamérica se constituye mediante la experiencia vital. Aquí, el ser es un acontecer, un estar. Una experiencia que no solo se vive, o precisamente porque se vive, se siente y se piensa. Me parece imprescindible conocer y brindar un espacio de divulgación para todo ese saber y ese sentipensar en relación a la performance que existe en Latinoamérica por parte de sus hacedorxs. 


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© Imagen de portada: Roma Vaquero Diaz, Expandirse como deseo, 2019.




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Ray Veiro

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