Arte en La Habana: tres notas distantes

No estuve ahí, pero dicen que Julio Llópiz lamió el piso

El sábado 24 de noviembre en El Vedado aconteció un evento caliente caliente. Una exposición colectiva nombrada La Comuna

Antes de que sigan leyendo tengo que advertirles que escribo sin propiedad alguna. No estuve allí. Pero he estado pendiente. Me sirvieron de espías ojos amigos, un escrutinio estoqueador en redes sociales y un viaje astral provocado por la necia voluntad de participación, que me permitió diseñar  un mapa mental de sensorialidades y sentires del ambiente en el Salón de Protocolo, esa tarde.

Todo lo que conforma la idea de La Comuna me resulta atractivo. El nombre mismo, referido a una subdivisión administrativa menor, un grupo en el que sus integrantes tributan, en comunidad, para la construcción y correcto funcionamiento de la misma. Una unidad autónoma que busca independizarse de los mecanismos oficiales que rigen el contexto en el que se origina. 

El término está cargado de connotaciones inmediatamente asociadas a los hippies en las décadas del 60 y 70, y su espíritu transgresor en enérgica revolución contracultural. La vida “en comuna” ha renacido en contemporánea proliferación de su práctica, con el fin de crear alternativas de funcionamiento económico, social y ecológico, a las estructuras convencionales y de poder. 

La nómina de la exposición presenta a cinco individuos: Julio Llópiz CasalClaudia PatriciaCarmen BarruecoFernando Riveaux y Assoleta PV, quienes participan conversacionalmente de la experiencia generacional millenial, aquellos que vivieron a conciencia el tránsito entre un milenio y otro. Entre lo analógico y lo digital. Con la marca adicional de los acontecimientos nacionales. Todos manifestándose en disímiles registros, que encuentran por factor común la cualidad periférica underground de una cultura urbana de decadencia y crisis.   

Claudia Patricia y a Carmen las suplantan sus alter ego Mamarracha y Fulana Letal. Nicknames de skaters, grafiteras, pastilleras, chiquitas problemáticas y conflictivas de las noches habaneras. 

Mamarracha monta unos muros/escenarios variopintos compuestos por símbolos visuales generacionales, objetos, bocetos, referentes ripostones transfigurados. Por su parte, la “pincha” de Fulana Letal es de las más frescas y empáticas que he encontrado en los últimos tiempos en el panorama visual cubano. Explosión de bomba en el swing delictivo de la forma simple que poseen los personajes psicodélicos que representa y se expresan en sus obras. 

Los trabajos de Assoleta PV son para experimentarlos, literalmente, en la piel. Se presenta a sí misma como “doctora de profesión, tatuadora de corazón”. Regala en esta muestra sus diseños logrados a través de una línea mística que construye significantes profundos, para ser gozados desde la experiencia estética visual hasta en la sublimación del dolor al ser aprehendidos. 

Me enamoré del “patakki japonés” de Fernando Riveaux (el menor en La Habana). Sus ilustraciones son un híbrido entre el grabado japonés, la cultura popular cubana y mass media. Una suerte de guapería repa con katana, geisha usando Adidas o la gran ola de Kanagawa contra el malecón.         

Llópiz tiene una presencia activa en el panorama visual cubano con obras de espíritu irreverente altamente conceptual, expreso en textiles, instalaciones, grafitis, acciones performáticas. Ha sido constante en las luchas gremiales por la libertad del arte y de expresión, con la articulación de discursos teóricos desde una responsabilidad intelectual elevada respaldada por referentes sólidos, hasta el carácter emancipador y anti sistémico punk. 

Su performance Uruguay quirúrgico fue la guinda del pastel en la inauguración de La Comuna. Como ya no podrán volver a disfrutar del espectáculo, a no ser por testimonio o documentación, yo les narraré lo que pasó. 

Dos líneas delgadas: una de mayonesa, otra de kétchup, fueron trazadas sobre el piso del salón, de lado a lado. El artista se postró sobre sus rodillas y procedió a lamer el recorrido de las salsas. Evocaba tópicos referentes a la migración; la idea de la frontera no solo como marca limítrofe geográfica, también social, ideológica, cultural; la humillación, humildad y esfuerzo del individuo que emprende el viaje del desarraigo borrando los límites. 

A nadie más que a Llópiz se le ocurriría hacer durofrío de concreto y cabilla o lamer el suelo. En todo caso, usa siempre la lengua y asegura el ambiente antiséptico para el escarnio.

Si todo esto aún no te convence de llegarte, durante todo diciembre, al Salón de Protocolo (Calle E, entre 23 y 25, Vedado) te propongo que cierres los ojos y visualices este panorama: un oasis playero en medio del Vedado (arena inclussive), una botella de BAS UK en tu mano y el espectáculo nudista de arte joven que La Comuna ofrece. 



La cruz que andaba sola 

La Catedral. Domingo. 10:30 a.m. 

Participar del ritual litúrgico de la misa católica es un suceso culturológico digno de ser experimentado, independientemente de las creencias religiosas y fundamentos filosóficos que cada cual posea, dejando aparte la reputación que pueda haber fundado por milenios la iglesia católica como institución y centro de poder. La eucaristía o comunión es uno de los momentos más solemnes de la misa. Consiste en una recreación de la “última cena”, en la cual Cristo reunió a sus apóstoles y les ofreció simbólicamente su cuerpo y sangre, representados en el pan y el vino. 

Este gesto recoge la esencia del sublimado sacrificio, que el hijo de Dios, hecho hombre, hace por los hombres. La acción de entrega anunciada en la cena con los apóstoles es concretada en la pasión y crucifixión. En cada iglesia encontramos el camino de la cruz trazado por un mapa visual, para recorrer espiritualmente en devoción los misterios dolorosos de Cristo. Desde el momento del juicio hasta el descenso de la cruz, se disponen las XIV estaciones del Viacrucis. 

Desde el 26 de noviembre, el Viacrucis habitual de la Catedral de La Habana ha sido sustituido temporalmente por una exposición de igual nombre. El artista Michel Pérez Pollo  recurre a su registro predilecto: el óleo en la virtud técnica de la pintura de caballete. 

La más tradicional de las manifestaciones del arte incrementa su carga de significantes e impacto sensorial con los emplazamientos, que en consciencia fortuita, han acogido las últimas muestras del pintor. 

Marmor, la exposición que en 2018 desplegó en la sala de arte clásico del Museo Nacional de Bellas Artes, en diálogo frontal con esculturas y artes decorativas grecorromanas, resultó monumental en todos los sentidos, rara avis del panorama artístico cubano. La representación de figuras amorfas en pulcros fondos blancos provocaron la danza responsorial con los tridimensionales bordes dibujados de torsos desnudos, pliegues en túnicas, carnes, cabellos de mármol. 

En esa ocasión, la obra provocaba al ritual pagano contemplativo de la belleza con el fin del goce estético. Viacrucis se adentra en un área mucho más compleja de la dimensión humana: la espiritualidad, la fe, la cualidad etérea e intangible que mueve al hombre. 

Para una exposición como Viacrucis, es tan importante el factor “obra” como el factor “curaduría”. Sin tener detalles intrínsecos de la concepción del proyecto, se puede intuir que fue un work in progress desplegado desde la concepción de la idea, la creación de “la obra”, la búsqueda de la locación ideal, los procesos investigativos, museográficos, de montaje, ensayos, la gran inauguración/concierto Resurresit de la Sociedad de Cámara, hasta la experiencia cotidiana del visitante frente a las piezas. 

La Catedral es la iglesia más importante de la ciudad. Es un ente vivo con sus propios tiempos, misterios y esa cualidad sobrecogedora que lanza sobre los hombres la arquitectura religiosa. El curador Luis Enrique Padrón, aprovecha cada uno de estos detalles para potenciar el impacto de la recepción y el amplio universo de posibilidades interpretativas a partir del símbolo.    

El Viacrucis de Michel Pérez Pollo es sintético, preciso, minimal. Pero en sus escenas ya no está Cristo. ¿Dónde está el hombre? El peso cotidiano que carga se le vino encima y lo redujo a nada visible. Su imagen se evaporó o mimetizó con la imagen de la cruz, haciéndose una. 

Comienza así un juego Lego del camino, en la suavidad de claros tonos pastel que se irán  complejizando con la expresión gestual de pintura chorreada, pincelada ancha profundamente marcada y la oscuridad de algunos rojos y ocres que signan las estaciones más violentas de la crucifixión. 

El hombre hecho cruz, o la cruz marcando el “aquí y ahora” del hombre, vive su misterio doloroso en silencio. Una cruz muda colectiva, contiene en sí todo el sacrificio conformista que apenas se manifiesta con la mirada carnera a lo alto. Clama acaso piedad: “¡Elí, Elí, Lamá sabactaní!” (“¡Padre, Padre! ¿por qué me has abandonado?”; traducción fonética del arameo sirio, en Mateo, 27: 46), y asume el fatal destino como algo inevitable. 

Eso leo en las simples formas pintadas en el lienzo cuadrado. Otros cuadrados más pequeños interactúan en contrapunteo de acciones con la cruz protagónica. Juzgan, hostigan y apresuran. Unos le niegan y alguno viene a limpiarle el rostro con manto piadoso, ¡una excepción en el Monte Calvario!

La cruz cae tres veces, y es obligada a continuar su camino. La despojan de sus pertenencias, se las juegan a los dados en su propia cara. La cruz es claveteada violentamente, chorros de pintura se escurren por su base. La cruz es reducida a astillas, desciende de sí misma, y soy yo. Estoy llorando en medio de la misa. 

Un lector proclama Romanos 13, versículos del 11 al 14: “Nuestra salvación está ahora más cerca que cuando llegamos a la fe”.  



Piedra angular 

Mi primer encuentro con el trabajo de Liz Capote ocurrió un 8 de marzo, específicamente de 2018. El estudio de tatuajes Zenit Tattoo preparó en Santa Fe una celebración por el Día Internacional de la Mujer que incluía concierto, rifa y una exposición. 

GRL PWR fue curada por Yudith Vargas Riverón, como parte del programa de intercambio cultural entre artistas de Cuba y Estados Unidos “Bridges not walls”. Presentaba los diseños para tatuajes de las entonces estudiantes del ISDi Diana Carmenate y Liz Capote, también de la arquitecta y tatuadora del propio estudio Ana Lyem Lara. 

Las propuestas de Liz destacaban por la seguridad del trazo en composiciones simples. Aparecían en ellas como motivos recurrentes, formas almendradas alusivas a genitales femeninos, siluetas antropomorfas colosales, rayas, en la sobriedad expresiva del blanco y negro. Me flechó instantáneamente la estética de su obra y el discurso al que la encontraba asociada. Tuve la dicha de conocer ese mismo día a la muchacha risueña y de rostro dulce (también vestida a rayas) responsable de las carismáticos dibujos.

Desde el año 2016 Liz Capote ha participado con sus carteles para cine y eventos en una docena de exposiciones en Cuba, Bolivia, España y Estados Unidos. Pero no es esa área de su trabajo la que ocupa el motivo de esta nota, sino sus dibujos. 

En febrero de este año, su primera muestra personal: Palíndromo, en Fábrica de Arte Cubano, abre el camino de un discurso ideoestético propio dentro de las artes visuales. Las escenas, cargadas en detalles alegóricos a elementos naturales y domésticos, planteaban una reflexión íntima que encuentra elevada evolución narrativa en las cartulinas de su más reciente serie El suicidio de Sísifo. En esta, el área del soporte amplía su formato, la línea se agudiza en la precisión de largo y fino trazo. Las formas experimentan una síntesis minimalista, mientras los conceptos y significantes contenidos complejizan su proyección simbólica. 

El mito griego de Sísifo, castigado por los Dioses en eterna condena de cargar la piedra que antes de alcanzar la cima de un cerro desciende hasta su base, se convierte en parábola discursiva para la reestructuración de la historia. El héroe colectivo de Liz escoge el suicidio antes que la condena. 

La serie posee una fuerza expresiva violenta, reforzada por el uso preciso del color. Detalles de óleo rojo, dibujado con finísimo pincel, marcan el camino recto de la sangre en multifacéticos avatares. Contenido, coagulado, derramado en flujo constante lo líquido aparece en varias de las obras. Otras quedan marcadas por la sobriedad blanquinegra del lápiz sobre la cartulina. La línea se expresa en recorrido único e independiente o en la amalgama enredada de delgadísimos cabellos para componer amplias áreas coloreadas en negro. Los cuerpos aparecen multiplicados, mutilados, sangrantes. A Sísifo, el listo, su curiosidad y emancipación ante el poder divino le cuesta la vida. 

Cuatro de estas escenas fueron expuestas en Puzzle 4. Ensayo del Arte Joven, una de las exhibiciones que formaban parte del proyecto curatorial de Jorge Peré. En ellas expuso y analizó la obra de artistas de vigencia en el panorama nacional. El ejercicio develó una conclusión sobre el estado del arte, los procesos creativos, las bases conceptuales y teóricas (o su defecto) en la producción más actual. 



Desde septiembre de este año hasta enero de 2020, ocho dibujos del Suicidio de Sísifo forman parte de la exposición Conexiones, en Factoría Habana. Comparte escenario con los más reconocidos actores que exploran los bordes limítrofes entre arte y diseño: la cartelística del ICAIC de las décadas del 60 y 70, R-10, Raupa, Mola, Nelson Ponce, Duchi Man Valderá, Arassay Hilario y muchos más reconocidos artistas y diseñadores.  

En el último muro de la primera planta, entre los restos de las acciones participativas presentadas por Liliam Dooley (Proyecto Marginalia) y Arnulfo Espinoza (LajabaCity), se dispuso en composición vertical de dos columnas un relato con las ocho escenas. Allí se encuentran hasta enero para ser disfrutadas con mirada escrutadora.      

La obra de Liz Capote es fresca, original, no se parece a nada en el panorama artístico contemporáneo nacional. Tiene esa aura de la belleza modernista del arte latinoamericano. La figura humana como centro de la narración posee en sus formas la cualidad monumental del paradigma de la revolución mexicana legado en el mural. El mimetismo del hombre en su escenario evoca el concepto antropofágico que desarrolla la pintura de Tarsila do Amaral en los primeros atisbos modernos de Brasil. Cierta inspiración de la misteriosa obra de Leonora Carrington se asoma, como fantasma, por las ventanitas en sus dibujos. 

Liz Capote me sigue pareciendo una muchacha risueña de rostro dulce. Pero ahora veo además a una artista seria, dedicada, constante. Es dueña de un universo emocional y creativo potente.¡Atención con esta mujer! Que esto está bueno, y apenas está empezando. 





Here come the Cubans

Here come the Cubans

Joaquín Badajoz

La identidad nacional como constructo y otros espejismos del arte cubano contemporáneo.


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