Colección Treger Saint Silvestre: lecciones en rojo y gris

En toda Viena se respiraba algo novedoso que estaba por ocurrir en las afueras de la ciudad. El Museo Gugging, institución emblemática del art brut en Europa, anunciaba la acogida de una muestra sin precedentes por su carácter internacional. La colección Treger Saint Silvestre[1] desembarcaba en el prestigioso recinto con alrededor de 150 obras de 80 artistas de diversos países; entre ellas, piezas que iban de los clásicos y consagrados hasta los anónimos y emergentes. Pero más allá de la connotación cultural y las sinergias de intercambio que planteaba, la muestra apuntaba hacia claves y reflexiones de mayor relevancia para la observación y el estudio del género.[2]

Entre los rojos y grises de las paredes, se abrían paso las obras con una propuesta museográfica que trazaba una cartografía de escalas ilimitadas. Los territorios se expandían desde espacios geográficos delineados políticamente a terrenos íntimos de la creación, demostrando así la existencia de un tejido común sin fronteras, de una consciencia creativa de inusitados puntos de encuentros. 

El criterio de relación de las piezas era variable, al transitar de lo temático, lo morfológico, a las técnicas empleadas; lo que hacía que la dinámica de la exposición marchara lejos de formulismos estéticos, mientras Johann Feilacher,[3]comisario de la muestra, dibujaba la presencia categórica de esa comunidad global de autores ajenos a cánones institucionales.  

Al repasar el entramado de los contenidos visuales, una constante saltaba a la vista: la reconstrucción emocional de sitios rotos al distorsionar la realidad, aunque ello implicase ridiculizar las escenas cotidianas, llevarlas a planos de ficción, e incluso traducirlas en entornos místicos de elevada convicción. 

En esa revisión del relato personal, notabas el desvanecimiento de estructuras coloquiales ante un grotesco que no claudicaba en convencionalismos, que acudía a símbolos individuales como reclamos de la absoluta originalidad. Se desestimaban los modelos sociales y las conductas irreverentes se manifestaban en una necesidad imperiosa de cambiar los rumbos del pensamiento humano a partir de la relectura. La exageración, la vehemencia del deseo sexual y la extrañeza hacia lo insólito del yo, trazaban contornos, alzaban catedrales, emprendían batallas y orgías, se inventaban artefactos y nuevos rostros se manifestaban.

Sin embargo, nos encontramos ante una muestra donde se respiraba en la actitud artística la intención humilde de poner la otra mejilla. Desde una estética de la precariedad y en la disposición de crear como coraza ante circunstancias frustrantes, de encierro, de marginalidad social y deficiencias de salud, lo trágico y doloroso perdía peso para transfigurarse en imágenes narrativas que planteaban horizontes abstractos, aun cuando lo figurativo prevalecía.

Es de tener en cuenta que estos creadores se imponen en el arte con la intensidad del que sufre, del lastimado que ofrece a cambio sus producciones con el propósito de compartirlas y hacerse visible. Sus obras resultan por naturaleza una oposición a los sistemas de manipulación social, aunque les cueste declararse. La denuncia manifiesta no suele formar parte de sus acciones a excepción de aquellos que la introducen desde lo autorreferencial. La mayoría discrepa en seguir el mismo juego que los demás comenzaron mediante la violencia, la exclusión y las luchas de poder, insinuándose apenas en lo político con la sátira y la obsesión icónica.

Aprendieron a convivir con sus demonios al desnudo, a desatarlos sin provocar el daño ni el temor de mostrar sus zonas más lúgubres, sus espectros, sus presagios y tentaciones. Ellos se mueven en peligrosos estados de inestabilidad, donde la fragilidad de rupturas sobre líneas ya quebradizas pareciese advertir el desvanecimiento del presente a un chasquido de dedos, del vértigo hacia la desolación, al vacío y la sospecha de que cualquier instante pudiera ser el último. 

He tenido la suerte de visitar diversas muestras de la colección Treger Saint Silvestre, incluso el privilegio de acceder a sus fondos en el Centro de Arte Oliva de São João da Madeira en Portugal —donde radican—; y siempre presentí una conexión entre las obras que no solo respondía al diseño curatorial. La colección de por sí logra en términos generales una atmosfera envolvente, un hilo conductor que otorga un sentido otro, y esta vez alcancé a descifrar el factor aglutinante. 

Me preocupaba confundir los estados pasionales del momento de la apreciación con la intuición. Fue a través de una charla con Antonia Gaeta, comisaria principal de la colección, que confirmé mis sospechas: la selección de las piezas nunca estuvo dictada por el afán de acaparar, sino que responde a procesos emocionales que experimentan los propios coleccionistas. Por lo que, entre Richard Treger y Antonio Saint Silvestre, los artistas y las obras, se establece un ciclo de intercambio, de reciprocidad frente al gesto sensible de crear, cuyas proyecciones apuntan hacia un profundo enfoque humanista. De ahí la coherencia y organicidad de la colección que se crece y revitaliza con cada adquisición, y que, desde una postura esperanzadora, pone fe en estos creadores como exponentes de esa pureza espiritual que permanece bajo el signo de lo atemporal.

En las salas rojas y grises deambula una pequeña rata por los rodapiés. Se trata de la mascota del Museo Gugging. Si llegas a verla sin desconcertarte o cuestionar su presencia, entonces estarás entrando definitivamente en sintonía con el recorrido y será cuando percibas, de improviso, el valor de los detalles que marcan nuestras diferencias y nos hacen únicos. Fíjate bien, todos lo somos, la prueba está ante tus ojos. 


Galería



© Imagen de portada: Dexter Nyamainasche (foto de la autora).




Notas:
[1] Fundada por el músico Richard Treger y el artista Antonio Saint Silvestre. Sus fondos atesoran más de 1 700 obras de art brut, arte singular y contemporáneo. Actualmente es la colección más importante del género en la península ibérica.
[2] La exposición quedó inaugurada el pasado 6 de abril con el título:: treger saint silvestre: the art brut collection.!
[3] También director artístico del Museo Gugging.




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‘Blues’ de Mary

Yaysis Ojeda Becerra

Me quedo con la imagen de la mujer liberada de convencionalismos a través del arte; la Mary sonriendo en el patio, con aquellos vestidos que, dicen, dedicaba a sus músicos preferidos y que solía llevar a contraste con las pinturas.






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2 Comentarios
  1. Todos están pa’alla’ esta Ojeda ayuda fuera mientras su familia apoya el maltrato,encarcelaciones y tortura de menores y artistas del régimen aqui en la isla, algo huele muy mal

    1. Hola Xiomara, no le conozco, pero parece que usted a mi sí, y también a mi familia. Si tan bien nos conoce, y sobre todo mi historia, entonces sabrá muy bien por qué vivo fuera de la Isla desde hace muchos años, y que por supuesto NO apoyo ni el encarcelamiento a menores, ni a artistas, o cualquier persona, que se le prive de sus derechos y su libertad (en el sentido general) por tener una ideología diferente a la del régimen totalitario cubano. Apunte las flechas a otro lado que las ha dirigido a la diana equivocada.

      Le invito a que también intercambiemos de Art Brut o Outsider, quizás le suene que tenga que ver con artistas marginados por la sociedad, los gobiernos, y las instituciones por disimiles razones…

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