El racismo en Cuba no es solo estructural, también es epistémico

A punto de concluir este texto para el dossier de Hypermedia Magazine sobre la problemática racial cubana, los medios oficiales daban a conocer una noticia que tomó por sorpresa a intelectuales, artistas, académicos, activistas y todas aquellas personas que desde hace décadas vienen luchando contra el racismo antinegro en Cuba. A tal punto, que la misma me obligó a reconsiderar algunas ideas que manejaba en el texto primigenio, al tiempo que relegaba otras al espacio de lo que metafóricamente me gustaría llamar: lo anacrónico, el destiempo. 

Me refiero a la creación de un Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación Racial. Según informa el escrito publicado en el periódico Granma sobre la reunión del Consejo de Ministros, del pasado 21 de noviembre, para coordinar las tareas del referido Programa de Gobierno se creará una Comisión Gubernamental encabezada por el Presidente de la República.

Pero lo más trascendental de la noticia está en que el referido Programa coloca entre sus líneas fundamentales de trabajo tres aspectos que, desde hace varias décadas, han formado parte de la agenda del Movimiento Afrocubano:

1) identificar las causas que propician las prácticas de discriminación racial; 2) divulgar el legado histórico cultural africano, de nuestros pueblos originarios y de otros pueblos no blancos como parte de fomentar la diversidad cultural cubana; 3) fomentar el debate público organizado sobre la problemática racial dentro de las organizaciones políticas, de masas y sociales, así como su presencia en los medios de comunicación.

Me gustaría imaginar que este Programa Nacional, que al mismo tiempo implica el reconocimiento oficial de la existencia del racismo y la discriminación racial en Cuba y el “permiso” a emplear públicamente estos rótulos, llega como coronación a casi cincuenta años de luchas, demandas, y denuncias enunciadas desde el activismo. En contradicción con la actitud de los medios oficiales, académicos e institucionales, que siempre han negado la existencia del mismo, piensan (no sé si después de esta noticia lo seguirán haciendo) que hablar del racismo es dividir a la nación y a la Revolución Cubana. Que los negros somos unos malagradecidos después que la Revolución nos hizo personas. Y que, por lo tanto, el activismo antirracista cubano es cosa de oportunistas, de enemigos de la Revolución e imitadores de las teorías norteamericanas.

Antes de proseguir conviene aclarar que lo que en este texto denomino Movimiento Afrocubano, en la actualidad conforma una geografía desterritorializada, que no se limita solo al activismo realizado desde posiciones de izquierda (aquel que si bien reconoce los aportes de la Revolución en cuestiones de igualdad racial, cree que no son suficiente y mantiene una postura crítica en este sentido). 

Este Movimiento también incluye aquellos grupos como el Comité Ciudadano por la Integración Racial, posicionados en la disidencia política. Tampoco se circunscribe al realizado solo dentro de la Isla, sino que incorpora actores y voces de la diáspora, de la esfera pública, de la blogosfera y demás redes sociales. Propio de un escenario posnacional. Una región atravesada por múltiples prácticas intelectuales y simbólicas. 

Como puede colegirse, estos sujetos y actores sociales no son un bloque uniforme, por el contrario: configuran un mapa heterogéneo y complejo. Ello/as no solo hablan desde experiencias generacionales, credos religiosos y políticos, identidad genérico-sexual y soportes enunciativos diversos, sino que también provienen de las más disímiles áreas de la sociedad, la cultura y el saber. Desde esta polifonía articulan el relato de sus memorias, así como sus interrogantes, inquietudes y propuestas sobre el lugar y el futuro del cuerpo racializado de negro/as en la nación cubana.   

Aquí conviene abrir un paréntesis y recordar que el activismo contra el racismo y la discriminación racial en Cuba no es un fenómeno que comenzó en las décadas del ochenta y noventa con la música Rap o la visualidad del nuevo arte cubano. Por el contrario, en el campo intelectual revolucionario, el mismo describe una larga trayectoria de avances y retrocesos, pasando por décadas de forzados silencios a otras de verdadero vigor. 

Su realidad se cruza e involucra tópicos candentes que tienen que ver con la manera en que hemos abordado el concepto de pueblo y lo nacional, la cultura popular, las representaciones o representatividad simbólica de aquellos grupos o sujetos sociales subalternos, cuyos discursos y prácticas se tornan ininteligibles o “sospechosos” frente a los marcos interpretativos del orden simbólico hegemónico. Así como otros gestos culturales tachados o invisibilizados por el proyecto de modernidad y el nuevo sujeto Revolución (blanco, varón, heterosexual) que la Revolución, tras su llegada al poder en la década del sesenta, intenta construir. En la medida en que descoloca, pone en crisis la voluntad higienista de estas fantasías nacionales. La polémica y censura del documental P.M. es una muestra

Por otra parte, los esfuerzos por construir una nación otra y un nuevo proyecto de modernidad, cuyas ideas sobre el nacionalismo, la identidad y la cultura cristalizaron en el paradigma de una nación mestiza o mulata, subsumió toda diferencia racial y cultural. (Al tiempo que la matriz cultural blanca, eurocéntrica continuó desempeñando su rol hegemónico y excluyente). Lo que se logró no solo a través de una política cultural que operó como un dispositivo de integración ideológica, sino también mediante una serie de aporías y chantajes culturales que transformaron la cultura popular negra en procesos de degradación cultural. 

Por ejemplo: al tiempo que se crearon instituciones como el Departamento de Folklore del Teatro Nacional de Cuba, el Instituto Nacional de Etnología y Folklore, la revista Etnología y Folklore y el Conjunto Folklórico Nacional, encargadas de rescatar y preservar la herencia cultural africana, la misma quedó confiscada a la condición de archivo, folklore, patrimonio. Desde esta condición solo podía mirar a su pasado como algo arcaico. Es decir, este mismo movimiento de reconocimiento de los aportes del componente africano a la construcción de la identidad nacional llevaba implícito un secuestro de su autonomía y diferencias culturales, de sus seculares gestos de contramemoria, interpelación y resistencia a la cultura hegemónica blanca, los cuales le habían permitido sobrevivir durante siglos.

Pienso en lo ocurrido con los poetas y narradores nucleados en torno a las Ediciones El Puente (1961-1965). Un sello editorial alternativo integrado fundamentalmente por mujeres, gay, lesbianas, negros y negras. Es precisamente esta heteroglosia que caracterizó al grupo literario El Puente, su estética inclusiva, la manera en que gestionó la inclusión, en el corpus de la literatura cubana, de ademanes escriturales y sujetos hasta ese momentos tenidos como subalternos por los códigos y el habitus de nuestra ciudad letrada, los que truncaron dicho proyecto y construyeron esa leyenda negra que, todavía hoy, suele acompañarlo en nuestra historiografía literaria. 

También en lo que se conoce como el Black Power Cubano, integrado por un grupo de jóvenes negro/as y mulato/as provenientes del campo intelectual y de otros espacios cercanos a las estructuras políticas y diplomáticas, relacionadas directamente con líderes y pensadores África y el Caribe, quienes entre las décadas del sesenta y setenta manifestaron su orgullo racial. Es digno de mencionar el impacto que tuvo en la concientización de su identidad racial sus encuentros con los líderes y activistas radicales del Black Power y del Black Panther que visitaron o escaparon hacia Cuba, como Robert F. Williams, Stokely Carmichael y Eldridge Cleaver. 

Poco sabemos sobre las prácticas de intimidación política que hacia finales de los años sesenta truncaron este Movimiento Afrocubano, las cuales alcanzaron su clima más álgido en las nefastas disposiciones sobre política cultural emanadas del Primer Congreso de Educación y Cultura (1970) que institucionalizó una serie de dispositivos de coerción y violencia simbólica, que condujeron a la devaluación de muchas expresiones artísticas y prácticas religiosas que llevaban la impronta de la cultura popular negra. 

Los actores sociales vinculados a este Movimiento todavía hoy rehúsan escribir sobre aquellos episodios alojados en su memoria personal como un trauma. Hasta el punto que hoy se ha tornado una especie de mito o especulación la existencia de lo que Linda S. Howe y Carlos Moore han llamado el “Black Manifesto” o “Manifiesto Negro”.

Hace apenas un mes, otro hecho laceraba la sensibilidad antirracista del cubano, y de una nación imaginada bajo el precepto martiano de “con todos y para el bien de todos”, y se colocaba como otro ejemplo más de que el racismo antinegro cubano está más vivo que nunca. 

El martes 29 de octubre el programa Con dos que se quieran, conducido por el cantautor Amaury Pérez, tuvo como invitado a Miguel Cabrera (crítico, divulgador e historiador de Ballet Nacional de Cuba). En la entrevista, Cabrera se refirió al ex primer bailarín Andrés William con las siguientes palabras: “Andrés William no es negro, Andrés William es azul”. A lo que Amaury Pérez responde: “Sí. Un bailarín tremendo”. 

El discurso racista de Cabrera prosiguió con expresiones como estas: “En el ballet de Cuba el color es el talento”. O cuando segundos más adelante expresa: “Hoy en día estamos teniendo lo que yo le llamo la mulatocracia. ¿Por qué? Porque han salido con un físico, es el físico, el ballet tiene un canon, tiene una estética, entonces todo el mundo que quiere no puede llegar a ser primer bailarín, no es por el color, es por el talento y por la estética de su físico”. 

Amaury lanzó una carcajada, que muchos estimaron tan inconveniente como las lamentables opiniones racistas de su entrevistado.

El alto contenido de racismo presente en los juicios emitidos públicamente por Miguel Cabrera, utilizando como plataforma un espacio televisivo trasmitido en un horario estelar, desató las opiniones más indignadas en las redes sociales. 

El cineasta y crítico Enrique Molina fue uno de los primeros en pronunciarse al respecto: 

“Si bien la presencia física del negro en los medios ha comenzado a manifestarse, aunque tardíamente, como imagen complementaria del blanco en la cultura mestiza compartida, la verdadera, auténtica y desprejuiciada asimilación de nuestra identidad étnica nacional necesita de una discusión pública ciudadana para superar los rezagos del controvertido racismo que subyace implícito en nuestro inconsciente, o que se manifiesta desvergonzadamente en actitudes y comentarios públicos despectivos”.

A estos hechos, que sucintamente describo, se suma lo que algunos colegas consideran una afrenta mayor: utilizar en la siguiente edición del programa Con dos que se quieran una entrevista al trovador negro y babalawo Alberto Tosca, grabada antes de morir, y que permanecía en los archivos como muestra de una aparente actitud antirracista y para rehuir la disculpa pública ante la indignación que desató, sobre todo en las redes sociales, el programa realizado con Miguel Cabrera.

Volviendo a la noticia de la anunciada Comisión Gubernamental contra el racismo y la discriminación racial, creo que la misma llega justo cuando ya respira cierto cansancio o impasse en el quehacer de líderes, lideresas, y diferentes proyectos que han liderado las dinámicas por la que ha transitado el Movimiento Afrocubano en los últimos diez años. Cuya muestra más elocuente fue la disolución del Proyecto Afrocubanas integrada por un grupo de intelectuales y académicas negras como Deysi Rubiera, Inés María Martiatu, Georgina Herrera, Sandra Álvarez (negracubanateniaqueser) Oilda Hevia y Yulexis Almeida, encargadas de trabajar y (re)leer la Historia de la nación cubana desde la perspectiva del afrofeminismo. Así como el acompañamiento a otros proyectos como la Red Barrial que trabajaban el tema de pobreza, desigualdad en varias comunidades habaneras con una población predominantemente afrocubana. 

Lo que resulta paradójico es que este fenómeno se da paralelamente al surgimiento de nuevos proyectos-grupos lidereados por jóvenes que traen su propia visión y manera de concebir no solo su identidad racial, sino también la lucha antirracista. Como Alianza Afrocubana, donde la identidad racial negra se cruza con la disidencia sexual. O el proyecto Beyond Roots Cuba dedicado a fomentar una estética del cuerpo negro. 

Lo cierto es que si en los I y II Coloquios “La nación que estamos imaginando. Nuevas cartografías de la racialidad negra en Cuba”, celebrados en Cárdenas (2015 y 2016 respectivamente) tuvieron como objetivo profundizar el debate sobre la discriminación racial como una necesidad urgente para toda nuestra población. Partiendo sobre todo del hecho que el actual contexto socioeconómico produce desigualdades que han exacerbado el racismo y sus expresiones más descarnadas o sutiles, las cuales atraviesan la vida nacional. Ante dicho conflicto, el Movimiento Antirracista Afrocubano, como parte de la sociedad civil, en ambos coloquios, reclamó su derecho moral a construir nuevos caminos de participación, equidad y justicia social. Escuchando todas las voces (críticas, expertas y propositivas) dispuestas a encontrar razones y soluciones más allá de la retórica. 

Las ponencias allí presentadas y los debates sostenidos, hicieron visible la voluntad de pensar en quienes padecen la desigualdad y la pobreza, más allá de las estadísticas y acompañar a quienes lo abordan desde cualquier forma del activismo, así como exigir los compromisos públicos de instituciones, organismos y organizaciones, gubernamentales o no, que deben encargarse del asunto urgente, eficiente y responsablemente, a través del marco legal, el compromiso social y las políticas públicas.

Ahora, mientras vuelvo a escuchar las grabaciones de los debates y repaso algunas de las ponencias presentadas en aquellos dos Coloquios celebrados en Cárdenas, no puedo hacer otra cosa que sonreír ante tanto ímpetu y lo malogrado del salto. Sobre todo, tras la frustrada búsqueda de una plataforma común y consensuada entre los diferentes proyectos-grupos que dentro del país luchan contra la discriminación racial; así como los fallidos intentos de lograr una articulación hacia el interior del Movimiento como hacia afuera del mismo con grupos y organizaciones con una agenda similar de lucha contra la desigualdad, la discriminación de todo tipo, y la emancipación social de las excluidos.

Tras la celebración del evento “El Movimiento Afrocubano: Activismo e Investigación. Logros y Desafío” realizado en la Universidad de Harvard el 14 y 15 de abril del 2017 y patrocinado por el Instituto de Investigaciones Afro-latinoamericanas de esa universidad (Consúltese el número 48 de la revista Cuban Studies); el Movimiento Afrocubano replegó su accionar hacia el espacio de lo ontológico (el pelo, la búsqueda y reafirmación de una belleza y estética negra y el afroemprendimiento, la enseñanza de la historia del negro en Cuba a los grupo y proyectos emergentes). Mientras se le daba la espalda al espacio de las demandas sociales y otros eventos donde nuestra presencia era decisiva para el futuro de la población afrodescendiente, como los debates en torno al Anteproyecto de Constitución de la República de Cuba y la manera en que la Carta Magna representaba nuestra problemática. 

Volviendo a la reciente noticia de la creación de un Programa Nacional contra el Racismo y la Discriminación racial en Cuba:

¿Qué impacto podrá tener este hecho ante un Gobierno que, a pesar de las grandes demandas del activismo, siempre se ha negado a reconocer la existencia del racismo antinegro en cubano, y en otras ocasiones lo ha minimizando y se ha negado a abrir este debate de manera pública? ¿Constituirá esto un reconocimiento y el derecho a existir de un activismo que desde su condición de “mala palabra” en las últimas tres décadas ha venido desarrollando su trabajo bajo el escrutinio y la suspicacia política tanto de la derecha o de la izquierda, en un desamparo total, en una especie de tierra de nadie o su desaparición total?

Son las preguntas a que este nuevo contexto no aboca. 

Por otra parte, se ha insistido en que el racismo cubano es estructural, para mí lo es ante todo un racismo epistémico. Los escritos y discursos de Arango y Parreño, José Antonio Saco y Domingo Del Monte grafican cómo nuestros patricios modernizadores, fundadores de la nación, fueron articulando un campo discursivo sobre el otro de la negrura, el cual se sustentaba en los imaginarios del terror, la catástrofe, el detritus social y lo excrementicio como el lugar de negras y negros, mulatas y mulatos dentro del proyecto de nación que se gestaba. Dichas construcciones discursivas son inseparables del modo de producción colonial, de su imagen de la otredad y del pánico político a la africanización de la Isla.

Desde la génesis de la nación y de nuestra ciudad letrada se estableció la idea sobre la incapacidad de los afrocubanos para el orden gramatológico y simbólico. La misma llega hasta nuestros días a manera de un estereotipo que concibe a negros y negras como buenos deportistas, músicos, bailadores pero nunca como grandes pensadores. La historiografía cubana escrita por hombres blancos y letrados se ha encargado de legitimar dicha tesis. Allí están las opiniones de Cintio Vitier sobre Plácido y Guillén en Lo cubano en la poesía

La historia de vida escrita por el esclavo-poeta Juan Francisco Manzano y los avatares de su tránsito por la historiografía literaria cubana ilustra los inconvenientes por los que atraviesa la representación del sujeto negro dentro del discurso académico (creador él mismo del otro de la subalternidad), así como las potencialidades de este texto autobiográfico para ser leído sin la función ventrílocua del letrado blanco, que deforma su voz. 

De las cicatrices que inscribieron la esclavitud y el colonialismo en el cuerpo de Manzano, ésta (la domesticación del cuerpo textual) es la más cruel. La paradoja que se deriva de este proceso, según podemos ver, está en cómo dichas correcciones gramaticales a su autobiografía se convierten en metáforas o alegorías de esos correctivos practicados por la esclavitud sobre el cuerpo sedicioso del esclavo y que su misma autobiografía intenta denunciar. Ambos actos están motivados por el mismo afán de posesión, por la misma lógica amo-sirviente desde la cual la blanquitud intenta transformar el cuerpo abyecto del otro en un cuerpo para sí.

Recuerdo la visualidad de Armando Mariño. La manera en que el cimarrón —desde su condición diaspórica, el espacio marginal y deshistoriado que tiene la identidad negra y mulata dentro de los relatos maestros que dan cuenta de los procesos formativos nuestra nacionalidad— irrumpe en su discurso visual como una contranarrativa que subvierte y descoloca el discurso de la modernidad occidental y su escritura lineal de la historia. 

El hombre negro que aparece en los cuadros de Mariño, es portador de una otredad epistémica inherente a aquellos sujetos portadores de una alteridad racial, silenciada e ignorada desde los tiempos de la Ilustración. Dicho silenciamiento se legitimó sobre la idea de que los mismos representaban una etapa mítica y precientífica del conocimiento humano. 

A pesar, de estos argumentos teóricos el discurso crítico sobre el nuevo arte cubano prefirió otros eufemismo, estos juegos entre lo inscrito y lo desplazado, y en sus lecturas críticas de la obra de Mariño sustituía lo racial y sus connotaciones semióticas por el término de “sujeto de la periferia”. 

Lo mismo sucede con los conceptos de mestizaje, ajiaco y mulatez como paradigmas de la nación. Los afiliados a estas categorías muestran un optimismo poco crítico que impide ver sus límites y las nuevas exclusiones que los mismos postulan. La noción de mulatez no solo es el espacio teórico “apacible” que, en nombre de un sujeto nacional homogéneo, silencia, discrimina y excluye culturalmente el cuerpo racialmente diferenciado de la negrura. Por el contrario, la misma deviene herramienta analítica que permite explorar las desarticulaciones y la condición tensa desde la cual el sujeto afrocubano se inscriben en el imaginario nacional. La mulatez es la categoría que descentra la coherencia del orden simbólico dominante. Lo que escapa a toda doxa y lógica binaria, lo que Foucault llamaría el “pensamiento del afuera”. 

Otro aspecto importante sería la negación y la invisibilidad de una tradición teórica de pensadores negros cubanos, caribeños, norteamericanos. Así como rechazo al empleo de término afrocubano/a y afrodescendiente. Los cuales han tropezado con cierta resistencia dentro del discurso académico institucional en los principios de este milenio. Pero dejo estos tópicos para otra oportunidad.




Contra el racismo

Contra el racismo

Suset Sánchez

Exposiciones y voces afrodescendientes en el arte cubano (1997-2017).


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4 Comentarios
  1. Es evidente que los componentes de un nuevo y verdadero «think tank» de la cubanidad, dispersos hasta ahora, tendrían que ser: Alberto Abreu Arcia, Iván César Martínez, Tomás Fernández Robaina, Sandra Álvarez, Roberto Zurbano, Juan F. Benemelis, Inés María Martiatu (póstumamente), María Ileana Faguaga, Coco Fusco, Oscar Grandío Morales, Carlos Moore, Alejandro de la Fuente, y unos cuantos intelectuales más (cuyos nombres ahora se me escapan) que vienen debatiendo y profundizando sobre el tema y su empeorada realidad durante años. Lástima no tener activo el proyecto CEIBA (que operamos Juan F. Benemelis, Iván César Martínez y yo durante unos cuatro años a mediados de los 2000 entre Miami y Kingston, Jamaica) para gestar una primera reunión fundacional de este «think tank». El momento llegará, no tengo dudas.

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